lunes, 4 de enero de 2016

El Puerto de La Guaira varios años después del bloqueo

“En los grandes muelles, un hormiguero de trabajadores, con los desnudos torsos de sudor y los hombros irritados y rubicundos por el frotamiento de los fardos, se ocupaban en la carga y descarga de dos trasatlánticos, atracados al tajamar combatidos sin tregua por el flanco de estribor por las olas del mar libre, que se estrellaban unas tras otras con ronco estruendo, y después de conmoverlo hasta sus cimientos con sus embates furiosos, reventaban en la altura, en un torbellino de espumas que luego caía sobre los techos de zinc de las bodegas y las cubiertas de los buques, en menuda lluvia amarga, como lluvia de lágrimas.
Otro vapor echando bocanadas de humo negro por la chimenea, terminada la carga levaba el ancla entre chirridos de cadenas, y hacía la maniobra de salida, obediente al pito del capitán, diciendo ¡adiós! al puerto y a los bajeles que se quedaban con la potente voz de sus sirenas.
Dentro de puerto, en las aguas cuya tranquilidad hacía contraste con la turbulencia de afuera, una multitud de buques de vela, bergantines, goletas, faluchos y balandras se agrupaban silenciosos, las velas arriadas, como en visita de duelo, alrededor del caso medio hundido, de uno de nuestros barcos, echado a pique allí mismo por las naves coaligadas del bloqueo.
Era el testimonio de las glorias de la época. En La Guaira, los mismo que Cumaná, lo mismo que en Trinidad, nuestros churrucas de gofio, nuestros Nelsones de Pasamanería, tan costosos y tan inútiles, a la aproximación de los blindados enemigos abandonaron sus barcos, sin dignidad ninguna, sin valor ninguno, ¡sin vergüenza ninguna!
Abandonaron sus barcos, salvando sólo el uniforme y el espadín con que asisten a las cuadrillas palatinas, olvidándose en la precipitación de la fuga volarlos siquiera, para evitarle ese trabajo al enemigo y esa vergüenza a la nación, y buscaron la salvación de la costa, primero que repetir sobre las aguas el anticuado espectáculo de Ricaurte en San Mateo, en una época sin grandeza, en que lo práctico es conservar la vida, y en que una olla de hervido tiene más atractivos que cien glorias póstumas.”
Texto: Pío Gil (Pedro María Morantes, 1865-1918): "El Cabito", Tipografía Garrido. 4a. Edición 1951. (Primera Edición 1909), páginas 358-359
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Vista del Puerto de La Guaira. El Cojo Ilustrado. 1 junio 1899.

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