jueves, 22 de agosto de 2013

¿Por qué nunca inauguraron el dique seco de Puerto Cabello?

La pregunta permanece en el aire aún luego de entrevistar al ingeniero director de la obra, Smeraldo Smeraldi, líder del consorcio Sovec/Cidonio. Llevar a cabo aquel proyecto entre 1955 y 1957 fue otro paso de singular relevancia estratégica cuando pocos países del mundo pensaban y tenían la posibilidad de contar con un dique seco.


Smeraldo Smeraldi (Padova, Italia, 1925) no puede ofrecer respuesta precisa acerca de por qué obra de tanta importancia estratégica para Venezuela como el dique seco de Puerto Cabello, jamás fue inaugurada ni por el gobierno de Pérez Jiménez ni los que le sucedieron a partir de 1958.

En diciembre de 1957 los trabajos de ingeniería y construcción iniciados en 1955, estaban concluidos bajo la supervisión del Ministerio de Obras Públicas (MOP) y el Instituto Autónomo Diques y Astilleros Nacionales, teniendo como matriz al consorcio romano de ingeniería Cidonio, S.P.A. (representado en nuestro país por el ingeniero Smeraldi bajo la figura jurídica Cidoni de Venezuela) y SOVEC (presidido por Alberto Aum).

El ritmo impreso desde el primer día a los trabajos contratados luego del llamado a licitación internacional que contempló como obligación la asociación de ingeniería y tecnología extranjera con venezolana, contempló cuatro turnos de seis horas cada uno con remuneración de ocho horas de trabajo seis días a la semana –explica el ingeniero Smeraldi- sin lapsos ni siquiera para comer que pudiesen causar el más mínimo retraso. Trabajaban las 24 horas del día.

Las obras fueron iniciadas de cero por el consorcio favorecido en razón de mejor precio y clausula de fiel cumplimiento, suficientes calificaciones, condiciones dominantes a lo largo del proceso de licitación al cual concurrió la constructora italiana Cidonio, con la cual Smeraldi sostenía cierta relación de trabajo pero bien ganada confianza a lo que añadía juventud, ser soltero y gozar de buena salud. ¿Por qué no aceptar entonces venir a Venezuela para liderar aquella obra de tanta envergadura y proyección internacional?

“-Acepté el reto por lo que llegué a Caracas el 1 de mayo de 1955 como pasajero de la lujosa primera clase del avión Constellation de la Línea Aeropostal Venezolana que efectuó uno de los vuelos regulares iniciales desde Italia”.

Los primeros meses en Puerto Cabello fueron para evaluar los estudios preliminares elaborado por la firma de ingeniería estadounidenses Frederick Harrison, contratada para que diseñara el proyecto y ofrecer consultoría.

Dos fallas apreciables detectó, en uno de los casos, no porque los cálculos de cada uno de los diferentes sistemas estuviesen defectuosos sino porque cuando fueron ensamblados, cometieron ciertos errores que debieron corregirse para dar inicio a la ejecución de la obra.

En el otro caso fue por desestimar el efecto que sobre la capacidad de paneles de concreto correspondientes al fondo del dique, tendría la alteración del entramado de cabillas por efecto de ciertos orificios que darían paso a ciertas conexiones.

La comisión técnica designada por el MOP acogió las observaciones del ingeniero Smeraldi, para mejor suerte, confirmadas por una consultora internacional convocada para escuchar una tercera opinión, a su vez aceptada por Venezuela. A partir de ahí, corregido el entuerto de la Frederick Harrison, arrancó en firme la construcción del dique seco propiamente dicho.

Subraya Smeraldi que en aquel tiempo, agregar ese dique seco al inventario de los recursos clave con que debe contar un país, era poco usual por lo que no cabe dudar que el gobierno de Pérez Jiménez manejaba una visión estratégica muy clara acerca de las grandes necesidades de cara al futuro, tanto para desarrollar su propia industria naval como para atender requerimientos de sus fuerzas navales, por entonces en el proceso de ser nutridas por el agregado a la flota de los destructores ingleses (clase Nueva Esparta) e italianos (clase Clemente).

Disponer del dique seco despertó la curiosidad de potencias como Estados Unidos al tal punto que según el entrevistado, la obra estaba en la mira de la agregaduría naval en Caracas cuyo titular, para reportar a Washington los avances en la obra, se dejaba ver en Puerto Cabello, en cada intento de conocerla mejor. Nunca creyó en que el esfuerzo de los ocupados en construir el dique lograra concluirlo en noviembre del 57 por lo que se arriesgó a apostar una caja de champaña Dom Perignon. Smeraldo apostaba el todo a que el oficial gringo la perdería.

El presidente de la República se apersonaba cada vez que podía. Smeraldi lo recuerda llegar en helicóptero preferiblemente los sábados en la tarde. A veces estaba yo solo en las oficinas de la dirección. Preguntaba, consultaba su propio punto de vista sobre lo que miraba cómo esta haciéndose, entendía las explicaciones que le daban “porque como a mí, le gustaba la ingeniería y comprendía muy bien lo que se le decía, a veces no así todos sus asesores en la materia a quienes les hacía ver las precisiones que siempre procuramos para que aquella obra resultara lo que de ella esperábamos”.

Era de trato cortes, ameno, preciso y respetuoso –recuerda el jefe del proyecto a quien el Presidente tutea y llamaba Catire. Claudio Méndez era el primer responsable por el MOP y el también ingeniero Carlos Flores Calcaño, el segundo hombre delegado del MOP más cercano al proyecto dentro del cual juega papel descollante el capitán de navío Ramón Rivero Núñez.

En el curso de la conversación no escatimó expresiones de reconocimiento a la sólida relación de confianza y respeto profesional entre él y Rivero Núñez gracias a los atributos personales, profesionales y como oficial de la marina de guerra que debía velar desde la estructura de la empresa estatal Diques y Astilleros Nacionales, por la pulcra –como era él- ejecución y pleno desarrollo de la obra tal cual estaba planificada comprometidos recursos que montaban dos millones de dólares.

Rivero Núñez, en nuestra historia naval y de empresas públicas, paso a ser el único director de instituto autónomo ratificado por la Junta de Gobierno que asume el 23 de enero de 1958 en vista de su capacidad técnica y el apoyo total de los trabajadores y obreros expresado a través de un documento por vía de sus representantes.

Ramón Rivero Blanco ha tratado -por ahora en vano- de precisar por cuáles razones el dique seco de Puerto Cabello quedó sin ser inaugurado por Pérez Jiménez ni siquiera ante un 15 de diciembre destinado al plebiscito para el cual hubiese podía exhibirlo como otra obra de importancia concluida luego de aplicarle un convenido ritmo forzado de trabajo de 24 horas diarias.

Al revisar el material documental gentilmente facilitado por con Smeraldi además de las informaciones suministradas al investigador Rivero, este dijo que todo apunta a poder confirmar que nunca se produjo una ceremonia inaugural. “Espero concluir esta investigación histórica para publicar todo lo recopilado durante varios años alrededor del tema”.

Por su parte el ingeniero director de las obras del dique recordó incluso la acuñación de monedas conmemorativas en oro, plata y bronce. De las primeras se sabe que la mayor parte fue refundida; aún salen a subasta piezas de bronce.

El 2 de diciembre con presencia del Presidente de la República fue puesta en servicio en Puerto Cabello, la línea del ferrocarril hacia Barquisimeto. Pero sobre el dique nada está publicado en la prensa. Smeraldi dijo en la entrevista que en noviembre de ese mismo año 1957, el dique fue llenado, probado su sistema operativo y certificadas sin inconvenientes mayores las pruebas de rigor.

A finales de diciembre, víspera del alzamiento militar de 1 de enero de 1958, restaban pocos detalles que debían afinarse para operar con regularidad el dique seco que, sin estar formalmente inaugurado, recibió el 28 de mayo de 1958, la primera nave que atendió: el buque presidencial ARV T12 Las Aves.

El ingeniero Smeraldo Smeraldi comentó que en su dilatada vida profesional acumuló ciertas decepciones como la que pudo provocarle la interrupción sin razones académicas, políticas y financieramente válidas del contrato en ejecución de un gran muelle en Puerto Cabello. Para comenzar, la nación venezolana no tenía que desembolsillar ni un solo céntimo para la ejecución pues el financiamiento lo asumía la constructora dirigida por el ingeniero Pietro Cidonio la cual, en Italia, agenció los montos correspondientes con la banca importante del país.

Corría el año 1958. El dique seco estaba entregado como quedó estipulado. Además que estaban dados los primeros pasos en la construcción del gran muelle concienzudamente planificado, otra magnífica obra complementaria del dique, de sumo interés nacional. Sin embargo, el gobierno lo etiquetó como proyecto del gobierno anterior. Durante la entrevista concertada para precisar si los trabajos podían continuar, el Presidente de la Junta de Gobierno respondió que él “no deseaba hipotecar el país”.

A Smeraldi se le presentaron nuevas oportunidades donde ha residido y trabajado ininterrumpidamente casi 60 años. Declinó ofrecimientos de Cidonio para hacerse cargo de obras en el otras partes del mundo.

Lúcido, vital, feliz, manos limpias, memoria excepcional incluso para detalles, bien organizado archivo, cargado de experiencias profesionales aprovechadas para continuar con pasos firmes en la brega diaria, se confiesa amante de la ingeniería desde la infancia tal vez en parte porque entre sus ascendientes, siempre hubo relación con la disciplina a la que dedicó los estudios universitarios y nunca dejó de interesarse en profundizarlos en aspectos específicos que le ampliaron campos dónde intervenir como profesional de primer nivel. Estableció su propia empresa de ingeniería la cual marcó huellas en obras sobre todo hidráulicas: represas, túneles en función de estas,…

Desde que en 1965 se gradúa de piloto civil nunca más tomó un contrato para ejecutar obra alguna en cuyas cercanías fuera imposible abrir una pequeña pista donde aterrizar el avión que comenzó a emplear al ir a inspeccionar trabajos en ejecución.

Pero la gran oportunidad de su vida se la dispensó ser el director de la construcción del dique seco de Puerto Cabello. A partir de ahí conoció y consustancia con Venezuela.
Ingeniero Smeraldo Smeraldi.
Smeraldi muestra al investigador Ramón Rivero Blanco documentos relativos a los años de construcción del dique seco de Puerto Cabello (1955/1957).

Funcionarios del gobierno nacional atienden a las informaciones ofrecidas por Smeraldi y otros directivos del consorcio constructor ítalo-venezolano durante la ejecución de las obras durante las cuales por el Instituto  Diques y Astilleros Nacionales, intervino el capitán de navío Ramón Rivero Núñez.
Medalla de bronce acuñada para el acto inaugural que nunca se efectuó. Las hubo en oro y plata. Col. RRiveroBlanco.
El capitán Rivero Núñez (a la izq) acompaña a representantes del consorcio Cidoni/SOVEC durante un recorrido por las obras del dique seco (c.1956).
El transporte presidencial ARV T-12 Las Aves, primera nave ingresada al dique seco. Mayo de 1958.

La maleta del Papa

Hace dos domingos escarbar en la maleta dejada por el Papa en Río de Janeiro daba peso a la creencia de cuán cierta es la preocupación de la iglesia católica por rescatar sus espacios perdidos en América Latina.

La asistencia del Santo Padre a la reunión mundial de la juventud es otro gesto obligado en la persecución del objetivo del cual Francisco no es el primero en juzgar como importantísimo. Como en cualquier ciudad de Venezuela, al andar las calles de Río, a ambos lados de las aceras encontraremos locales de influyentes grupos de fervor que atraen con la oferta de que ellos sí purifican almas y gratifican apartándonos del sufrimiento al enseñar nuevos caminos de comunicación con el Señor.

Con Armando Galiardi y Martín Sánchez Mestre llegamos en el subterráneo desde Copacabana a la estación Carioca, a pocas cuadras del Museo de Bellas Artes, puerta que casi tocó abrir a las nueve en punto de una mañana sombría de invierno que, no por tal, deja escapar a los fluminenses que toman para sí los canales para tráfico vehicular por la avenida Atlántica con el fin de ejercitarse, andar a paso lento o pasear las mascotas, todo a pesar de ráfagas del viento frío.

Por contraste, las calles del centro de la cidade maravilhosa donde se halla el edificio neoclásico del Museo de Bellas Artes, desiertas. Descanso a esa otra cara interesante de la ciudad que muchos turistas que la visitan jamás llegan a conocer de tanto escuchar advertencias de peligrosidad que priva de apreciar simpáticas calles cruzadas por majestuosas avenidas igualmente abarrotadas de gente como la Presidente Vargas y Río Branco, con rascacielos alineados a ambos lados, plazas y hermosos edificios de tiempos del clasicismo como el del renovado Teatro Municipal, Biblioteca Nacional, la Catedral y otros, algunos convertidos en centros culturales que señorean para mejor, edificaciones siglo XIX, comienzos del XX y art decó.

En la primera planta del Museo del Bellas Artes exponen lo que el Papa facilitó de la colección vaticana que hizo traer consigo en el viaje que movilizó a millones, como en su día lo leímos en la prensa y evidenciaban tomas de la tv, algo tan veraz que Amelina, dependiente del restaurante del hotel que nos alojaba, describe como impresionante y sin precedente la cantidad de gente que sus ojos vieron copar los espacios donde ella se desenvuelve. ¡Y mire usted que abundan rincones para llenar ese trozo costanero de seis kilómetros!

A Heranca do Sagrado, obras-primas do Vaticano e de Museus italianos, nombre de la muestra, ocupa siete salas e incluye más de un centenar de obras de grandes artistas de la tradición pictórica itálica, entre otros Miguel Angel, Leonardo da Vinci, Caravaggio, Bernini, Guido Reni, Melozo da Forti, Beato Angelico, Coprregio, Guercino, Lorenzo Totto, Tiziano, Andres Mantegna,... Está sub dividida en cuatro módulos: Jesús Cristo, los apóstoles, Virgen María y los santos. El Mandylion de Edessa, una de las más antiguas y misteriosas representaciones de Jesús la cual estiman los estudiosos se remonta a los primeros siglos de la era cristiana, abre el primer grupo temático así como el tercero, dedicado a María, resalta por lo hermosa como diminuta, la miniatura renacentista florentina obra de Francisco Rosselli, que representa la escena de la anunciación.

El colofón, un audiovisual de toda la muestra segmentado en bloque de seis pantallas que dejan precisar cuanto es imposible alcanzar a mirar a simple vista, aún situados frente a las piezas. Juego de lentes que magnifican como microscopios, lupas y telescópicos. Enfoques de cercanía, penetración, imágenes en 3D de cada pieza obra de esas mágicas contribuciones tecnologías que ya brindan perspectivas diferentes a la museografía, entre los grandes temas contenidos en la agenda del XXIII encuentro mundial del ICOM.

Abundan álbumes copados de reseñas acerca del arte religioso en Brasil por lo cual, ante la variada muestra de efectos artísticos vaticanos, programadores y curadores de casi la totalidad de los museos de Río, le han dispensado el merecido espacio a lo representativo de las diversas manifestaciones de la cristiandad brasileña expresada mediante el arte. Visualizaciones de Cristo, María y los santos, adornadas y enriquecidas con oro, plata, piedras preciosas, maderas y otros materiales, obra de la ingenuidad más pura de artesanos brasileños que se difuminan en los propios inicios del catolicismo en América en secuencia abonada por obras de relumbrantes artistas de escuela interesados en la figura del hijo de Dios.

Valga subrayar que la valoración de la obra nativa expuesta para contrastar y complementar las maravillas que el Papa llevó en su maleta, lo que menos tiene es de excepcional en país donde advertimos la inquebrantable responsabilidad con la que se destacan de modo privilegiado los valores de la nacionalidad los cuales abarcan el patrimonio físico tanto como el intangible.


Alfredo Schael

Catálogo/afiche de la muestra de obras llevadas a Río por el Papa Francisco. 

Uno de los pabellones del Museo de Bellas Artes de Río con esculturas clásicas de mármol. 
Retablos coloniales de una colección agregada a la gran muestra vaticana llevada a Río desde Oro Preto, Brasil.

Entre las piezas originales de Brasil expuesta en el Museo de Bellas Artes de Río figura este muy hermoso retablo.