“A partir de 1913, el avance del automóvil se hizo avasallante. Llegaron carros a Colón, estado Táchira, a Cumaná, San Cristóbal, Ocumare del Tuy, y Barinas, entre otras muchas poblaciones. Hasta las agencias funerarias adquirieron automóviles para el traslado de sus clientes. La primera de ellas fue “la agencia La Equitativa Nacional, que recibió dos carros fúnebres en 1911”. Pero no sería sino en 1913 cuando entraron en servicio, una vez que las autoridades le otorgaron el permiso respectivo. Ese año, por cierto, el general Pedro José Arvelo pasó a la historia, mas que por sus hazañas militares, por ser el primer muerto que llegó en automóvil al Cementerio General del Sur”.
La nota anterior forma parte del reportaje que el investigador y periodista, director fundador del Museo del Beisbol, Javier González inserta en un libro publicado por la Fundación Museo del Transporte con motivo de los centenario del automóvil en Venezuela, donde González da a conocer por primera vez que con absoluta certeza el primer automóvil llegó a Venezuela –Caracas- en abril d 1904, un Cadillac adquirido en Estados Unidos, importado por el médico Isaac Capriles.
El campo santo creado por órdenes del general Antonio Guzmán Blanco abrió sus puertas el 5 de julio de 1876. Acerca del tema de los cementerios y los servicios funerarios de la ciudad capital trabaja el investigador Abilio Rangel Gil, quien ha extraído de libros y sobre todo de la prensa tan cúmulo de informaciones y documentos que permiten construir la historia de ese algo hacia donde inexorablemente todos nos dirigimos día tras día sin saber cuándo llegará el momento en que ocurra. Carlos Fuentes dejó dicho qué es injusta, maldita, “cabrona la muerte que no nos mata a nosotros sino a los que amamos”.
“La impresión que produjo la epidemia del cólera, obligó a varios vecinos de Caracas a pensar de nuevo en la creación de un cementerio que correspondiese a las necesidades de la capital, y en la mañana del dos de noviembre de 1858 se reunieron 50 personas a fin de colocar la primera piedra del nuevo santo lugar en la planicie superior al pie del cerro del Ávila, a que conducía un camino carretero que comenzaba en Las Dos Pilitas. Los asistentes, poniéndose en formación, trazaron alrededor de la piedra fundamental el círculo que simboliza la eternidad y en el costado derecho de la puerta principal colocaron un envase de vidrio conteniendo el acta que hacía el historial de la nueva obra y el reglamento de la empresa inserto en un ejemplar del Diario de Avisos. El señor José Padilla, leyó el acta y discurrieron los señores Olegario Meneses y Francisco Conde”, acota Francisco González Guinán en “Historia Contemporánea de Venezuela.
Para el tránsito hacia aquel nuevo cementerio al pie del Ávila, fue construido el Puente del Guanábano, al norte de la ciudad. originalmente con tablones por los que corrieron carruajes tirados por bestias y desde comienzos del siglo XX podían cruzarlo automóviles que comenzaron a llegar a partir de 1904. Facilitaba el acceso a San José del Ávila y al Cementerio de los Hijos de Dios. Durante muchos años ostentó la triste denominación de ‘Puente de los Suicidas’ Su apetura al tránsito ocurrió el 4 de agosto de 1884. Fue uno de los más elevados sobre el cauce del Catuche. La vieja estructura la reemplazó el cambio que a la zona trajo consigo la edificación al magnífico edificio ocupado por el Tribunal Supremo de Justicia.
El investigador autor de varios libros de sumo interés refiere en una amena crónica dedicada a la evolución de servicios fúnebres que: “Francisco de Sales Pérez, destacado hombre público que había conocido otros países, señaló en un artículo sobre "Las Agencias Funerarias" (189), que "Caracas tiene la gloria de poseer las más lujosas empresas funerarias que he visto...". En 1890 las tres agencias funerarias que funcionaban en Caracas se habían fundido en la Agencia Funeraria de Caracas, presidida por P. Toledo Bermúdez, acusada por la prensa de actuar de manera especulativa (El Economista, Caracas, 01.03.1890).
En 1893 Henrique Fánger y Fernando Morales crearon una "Agencia Sepulcral", que se encargaba de asear, cuidar y conservar las tumbas, así como construir túmulos en el Cementerio General del Sur, tarea que fue continuada por la Agencia "Cruces-Marcas", de Nicanor Arturo Díaz en 1894 (Landaeta Rosales, 1906).
Al referirse a los coches fúnebres en una crónica muy amena sobre el manejo de la muerte en nuestro escenario social, el investigador Rafael Cartay apunta que desde 1849, al menos entre los ricos, ciertas prácticas cambiaron pues fue cuando se creó la primera agencia funeraria en Caracas, regentada por el español Antonio Echaiz. Después se crearon otras: la de José Giraldez, en 1869, que introdujo el primer coche fúnebre en la ciudad (Landaeta Rosales, 1906). Tejera (1877) señala que, hacia 1870, las urnas eran llevadas a la Iglesia y al cementerio en lujosos coches tirados por caballos, "como en las ciudades más cultas". Los coches eran "muy decentes", y los alquilaba en 1876 la empresa de G. Fulco y Cía (Diario de Avisos, Caracas, 06.11.1876). Un articulista, con seudónimo "David", criticaba en 1892 el derroche acostumbrado en esos "carruajes de la muerte", forrados de flores por fuera y por dentro: "Indudablemente que la vanidad pone mucho en los entierros de hoy, y la piedad nada" (David, 1892).
En las primeras décadas del siglo XX se establecieron en Caracas otras agencias funerarias, entre las cuales una de las más conocidas fue "La Venezolana", en 1929, que ofrecía servicios funerarios para ricos y pobres, con varios presupuestos, aparte de que ofrecía un novedoso servicio con autos de marca Packard (El Eco Social, Caracas, 23.03.1929)” -apunta el investigador Rafael Cartay. Después vinieron otras más completas, como La Equitativa, existente en 1910”.
Cabe recordar que no estaban exentos de precariedad los muertos de solemnidad. Comenta Guillermo José Schael el su libro Imagen y Noticia de Caracas (Tipografía Vargas, Caracas, 1958), lo que transcribimos: “Quedaba el anfiteatro anatómico en la propia universidad. No se inyectaba a los cadáveres ni se usaba guantes. Un cadáver podía durar allí hasta ocho días. Al principio, los estudiantes fumaban para obviar la pestilencia, pero luego se habituaban a ella. Después de muchos años de inútiles gestiones, el doctor Luis Razetti logró que el gobierno fabricara el instituto anatómico en el antiguo cementerio de Las Mercedes, edificio que fue concluido en 1911 y con lo cual mejoraron notablemente las condiciones del aprendizaje. Ahí precisamente comenzó sus clases el doctor José Izquierdo y luego pasó a la actual Ciudad Universitaria”.
En las ilustraciones, el Cementerio de los Hijos de Dios, al pie del Ávila; la entrada original el Cementerio General del Sur, puesto en servicio el 5 de julio de 1876, de tiempo atrás, por el descuido de las autoridades de la capitalinas, casi convertido en tierra de nadie, pero donde descansan miles de almas, en una época servido incluso por el tranvía eléctrico; un anuncio de prensa rescatado por Abilio Rangel Gil donde se hace mención al Cementerio de Sabana Grande, el cual estuvo situado detrás de la sede original de la Funeraria Vallés, en la avenida Los Samanes de La Florida; carroza fúnebre que fue de La Equitativa, perteneciente a la colección de la Fundación Museo del Transporte, expuesta de modo permanente en el Museo Guillermo José Schael. Se trata de un vehículo Packard con hermosa cabina de madera y vidrio, toda pintada de blanco porque se ofrecía para los traslados de niños y señoritas. Carrozas funerarias como la Cadillac que aparece en el aviso publicitario estadounidenses, casi no se ven en Venezuela en donde las capillas en los cementerios han reemplazado los actos velatorios y traslados al menos en vehículos especialmente construidos de origen para tales fines. Hoy en día, constituyen reliquias hacia las cuales se vuelca la atención de algunos coleccionistas de automóviles clásicos. Funerarias como La Equitativa contó con flotillas de lumusinas Packard, Chrysler, Cadillac, carros para llevar las flores además de no pocos muy especiales destinados al transportar los ataúdes