Recién finalizada la Segunda Guerra Mundial, con la
vieja Europa destrozada por los años de encarnizada lucha, comenzó el éxodo que
llevó a miles de europeos a la búsqueda de nuevos horizontes en territorios
alejados del Viejo Continente, y para ello hacían falta barcos. Se inició,
entonces, uno de los episodios más importantes de la historia migratoria
contemporánea.
Andando por Chacao conocimos por
mera casualidad a un alemán que estuvo cuatro años en el frente ruso del cual
regresó a casa siendo uno de los cientos y tantos sobrevivientes entre más del
millar de integrantes de la unidad del ejército nazi a la cual perteneció,
enviada a la aventura hitleriana de conquistar la Rusia soviética.
El jefe de aquel contingente de
hombres muy jóvenes adiestrados en el manejo de metrallas y morteros, lo
convenció durante las conversaciones que sostenían en plena campaña, que los
rusos a merced de Stalin llegarían a Berlín y de ahí, con sus miles de tanques,
hasta Portugal “cantando el Ave María”.
“Él no pudo ver la toma de
Berlín pues murió antes de que regresáramos pero yo sí y eso me asustaba…”.
Menciona que a las tres de la
mañana del 8 de diciembre de 1942 el grupo al que pertenecía entró al frente
donde librarán los combates contra los soviéticos. Todo estaba helado. Más de
metro y medio de hielo permitía que sobre el lecho del río Oka circularan los
tanques soviéticos que disparaban y
cubrían la infantería a la que se enfrentaban.
Como armamento cada hombre
disponía de ametralladoras o morteros además del fusil, revolver y cuatro
bombas de mano apetecidas por los partisanos y por la tropa misma pues al
lanzarlas, el fuego ayudaba a espantar los lobos.
“Estaba muy jóvenes por lo que
considero que en mi juventud hubo una tragedia, esa guerra, ir al frente ruso,
la primera gran odisea de mi vida… Tengo muchas historias de aquellos cuatro
años” –afirma don Lino Niederjaufner.
Esas experiencias imborrables y
las amenazas del avance de los rojos sobre el resto de Europa forzaron a
Niederjaufner a embarcarse en el puerto de Génova con destino a Venezuela. De
eso hace más de seis décadas.
No describe con exactitud por
qué carrizos escogió a este país para vivir cuando apenas era el joven de 24
años. Sólo hablaba alemán y unas pocas palabras en italiano al emprender el
viaje rumbo al Caribe.
Casi sin maleta, la herramienta
más valiosa que trae consigo fue haber aprendido a confeccionar zapatos
ortopédicos en la escuela técnica para adiestramiento juvenil.
De Hamburgo salió vía El Tirol
camino de Italia donde con el poco dinero reunido, tuvo cómo abordar el vapor Luciano Manara.
En 16 días estaba en La Guaira.
A bordo, nada de comodidades –recuerda el especialista en calzados ortopédicos
que desde hace 42 años atiende en persona, sin empleados, su negocio de
confección Tony, en la Calle Bolívar de Chacao, edificio Claret.
“Sí, en el barco nos daban
comida y cierta atención… Había gente de todas partes: rusos, alemanes,
griegos, turcos, sirios, libaneses, búlgaros, croatas, checos, polacos,
lituanos, italianos,… Después de padecer a Hitler, huíamos del comunismo”
–explica antes de exponer que la Europa de la postguerra ofrecía poco en medio
de tanta destrucción y pobreza mientras muchos suponían que en otras lugares
tendrían mayores posibilidades, como en efecto lo comprobó al no más llegar
“aunque al comienzo pasamos tiempos duros también acá. Para empezar, nada tenía
que ver este país con las heladas que soporté en mis días como soldado alemán;
ese era un aliciente que experimenté desde que el barco entró al trópico y
finalmente bajé a tierra en La Guaira”.
Describe un país bien diferente
al de las últimas décadas. El dinero valía, había planes de vivienda, apertura
de autopistas y caminos y los extranjeros que habían llegado de todas partes
tenían empleo y muchas posibilidades.
Destaca el papel desempeñado por
los inmigrantes en la modernización de aquella Venezuela con bastante menos
habitantes donde dejaron parte sustancial de cuanto aún está a la vista
–comenta desde detrás del mostrador del taller que ocupa pocos metros cuadrados
tapizado de molduras, cueros, trozos de material plástico, tijeras, hilos,
betunes, goma de pegar, máquinas para cortar, rebajar y pulir y, por supuesto,
zapatos confeccionados a mano sobre medida ya listos para entrega a los
clientes y alguno que otro par expuesto.
Niederjaufner, con 90 años bien
llevados, recapitula su dedicación exclusiva al trabajo. Se abrió por cuenta
propia con las limitaciones propias de quien poco a poco aprendería el idioma
pero el abono de un oficio que dominaba no obstante que la guerra se interpuso
en su vida desde los 14 años de edad. Primero estuvo en San Martín, después en
Artigas, pero tras la caída de Pérez Jiménez en 1958, se muda a Bello Campo y
hace ya 42 años se estableció en Chacao.
El barco al cual
se subió Niederjaufner fue de los pioneros de la etapa de
trasatlánticos dedicados a la emigración junto con otros italianos como fueron
el Agostino Bertani y Nino
Bixio.
El Luciano Manara,
número de construcción 324 de los astilleros S. A. Ansaldo, en Sestri Ponente
(Génova), fue botado el 19 de abril de 1941, era de 7.137 toneladas y 155,90
metros de eslora; daba 14 nudos.
Según datos publicados en Tenerife por Juan
Carlos Díaz Lorenzo, cuando
acabó la guerra, el Grupo Garibaldi destinó el Luciano Manara, transformado con gran austeridad
para agregarle nuevos espacios en la superestructura y le habilitaron los
entrepuentes dotándolos de literas, servicios sanitarios y comedores, así como
el número de botes salvavidas necesarios para un máximo de 844 pasajeros.
leyendas
1.Trasatlántico
italiano Luciano Manara. A finales de
la década de 1940 viajaba entre Italia y Venezuela. 2. Lino Niederjaufner, a
los 90 años no ha dejado de trabajar. 65 años en Venezuela dedicados a la
fabricar zapatos ortopédicos para niños. Trabaja en Chacao.
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