El famoso paso por Peña de Mora, era como la cúspide de una altitud tenebrosa. Se trataba de un trayecto inimaginable entre Caracas y La Guaira, y viceversa por supuesto. Se nos escapaba el susto por unos cuantos de minutos cuando había paradas técnicas en Boquerón, Zig-Zag, Curucutí, etc.
Cuando se bajaba al litoral, se sentía en no sé dónde, un alivio. ¿Por qué? pues el hecho de pasar por encima del famoso viaducto de Pariata-Maiquetía, indicaba que se aproximaba el término del viaje y no más neblina, precipicios, túneles y curvas.
Eran los inolvidables y no comparables años 40. Iba acompañado de mis padres y de mi hermanito, todos difuntos a tiempo, y no faltaban las habituales maletas y perinolas, estas últimas utilizadas para distraernos en aquellos momentos en los cuales nos cansábamos de contemplar el panorama y de asustarnos. También prestábamos las famosísimas barajitas que venían como ñapa en las cajetillas de cigarrillos Capitolio que mi padre solía fumar. Esas barajitas se referían a distintas situaciones bélicas de la Segunda Guerra Mundial, las cuales intercambiábamos con otros niños del pasaje, y que en la actualidad, aún conservo centenares de esas reliquias.
Al transitar por los túneles la respiración quedaba entrecortada del susto, momento en el cual, los niños y algunas damas lanzaban algún alarido por el temor a la oscuridad y el sonar estridente del pito de la locomotora.
Existía la figura del personaje encargado de solicitar amablemente el boleto, y este empleado, los perforaba para asegurarse que no había coleados en sus dominios, los cuales eran, ni más ni menos, los vagones de pasajeros. Este sujeto, infundía cierto respeto pues con educación pero con dureza exigía el boleto de cada quien y lo perforaba para dejar constancia de su revisión, y al hacerlo, se oía un ruidito metálico característico.
En los autobuses de aquel tiempo, a ese personaje uniformado tipo liquilique con gorra de visera, también los teníamos en esos colectivos pero sin tanta elegancia, cambiando el quepis por un sombrerito de cogollo o cachucha peloteril del equipo Vargas y acompañando sus expresiones con ciertas palabrotas, describimos al denominado “colector”.
Ese ferrocarril también transportaba carga y por supuesto el correo. Las despedidas de los allegados entre los que partían y los que se quedaban eran a todo trapo, digo a pañuelo completo, y aquel maletero… y comprar chucherías antes de partir para masticar durante el viaje.
La principal estación en Caracas estaba en Caño Amarillo y en La Guaira, al costado de lo que fue la Plaza Bolívar, frente a la casa Guipuzcoana. Desde tempranas horas hasta el anochecer, se viajaba bajo un régimen de horario fijo. Decían: ¡Que sale a tal hora!, y sí salía.
Existe la información que la compañía británica precursora de esa línea, empezó con un material rodante constante de seis locomotoras, diez coches para pasajeros, veintiocho vagones de carga y veintidós al descubierto para la carga también.
Hace algún tiempo, interrogué a mi amigo y condiscípulo de la Escuela Federal Santos Michelena en La Guaira (1940-1945), don Máximo Pérez “Machita” de 73 años, quien viajó en un tranvía anterior a este, el cual cubría el trayecto entre La Guaira y Macuto.
Narra Máximo, que aproximadamente entre 1938 ó 1939 terminó sus funciones este ferrocarrilito, digno de recordarlo con afecto. Que su terminal en el Puerto estaba casi en la misma estación de La Guaira a Caracas y con el mismo ancho de entre los rieles. Y en Macuto daba vuelta o regresaba antes de llegar al Parque de las Palomas, o sea, en La Guzmania, y por lo tanto no atravesaba el río que tantas veces se había desbordado. Ahí estaba una especie de Fuente de Soda, propiedad de don Claudio Luyando.
El convoy constaba de una locomotora, dos vagones o tres, cuando era mayor la cantidad de pasajeros. Sus asientos eran de madera. El cobrador mejor conocido era Domingo Pérez.
Pintoresco y divertido era en aquel entonces viajar entre la playa, los uveros y en algunos trechos del cerro. Se pasaba por un lado de El Cardonal, los dos cementerios, Punta de Mulatos, El Pavero, Álamo-puro monte en aquel entonces- y La Guzmania.
“Machita”, recuerda con claridad que en una oportunidad iba acompañado de su mamá, y do s d e esos trencitos, inexplicablemente, chocaron de frente con saldo de heridos leves. Ese encontronazo sucedió entre Punta de Mulatos y Álamo, en El Pavero. No vi nunca ese trencito pero si algunos tramos con sus rieles.
+++++++
Viajé en el ferrocarril de Caracas a Valencia, el Gran Ferrocarril de Venezuela, pues íbamos a visitar a mi prima, Ofelia Bello de Pino, en la agradable y recordada población de San Mateo en el estado Aragua, lo cual ocurrió desde 1940 a 1950. Este proyecto era otra maravilla de la ingeniería por sus múltiples viaductos y túneles, y qué decir de sus hermosas estaciones tanto pequeñas como grandes. Aún recuerdo a los caballeros casi todos ensombrerados y por supuesto las damas con sus faldas más debajo de las rodillas y algunas, aunque humildes, dejaban entrever cierta elegancia y donaire.
Conocí también el ferrocarril de Valencia a Puerto Cabello, otra obra maestra. Antes viajé motivado por la Guerra Civil Española de Barcelona a Port Bou y después en trenes franceses de Perpigñan a París, de París a Rouen y de ahí al puerto de Le Havre. Años pasaron, y me tocó con mi familia recorrer Italia, Suiza, Francia, España y Portugal en trenes más modernos pero que todavía echaban humo y no voltios. En EEUU también viajé con mi familia pero eran turísticos por el estado de Colorado, pero esto sería para enfocar otro tema.
Lástima que nuestros fabulosos trenes desaparecieron prematuramente. Actualmente, tenemos la esperanza de volvernos a trepar, si Dios quiere, en otro chemin de fer nativo. Ojala que nuestros nietos atraviesen este territorio en esos leones de hierro y madera. Sería algo tan contundente e importante como el Metro o esos puentes sobre lagos y ríos.
Si usted visita el Museo del Transporte, lleve a sus criaturas para que conozcan lo que es una locomotora, un vagón, una señal o una estación de aquél entonces.
Mientras tanto, ansiosos, leemos las informaciones de prensa referentes a cómo marchan esos costosos y complicados trabajos férreos que todos esperamos: esas nuevas inauguraciones.
Jorge Ernesto Bello Domínguez.
Licenciado en Periodismo.
Bibliotecario del Museo del Transporte.
|
Uno de los viaductos del ferrocarril Puerto Cabello-Valencia. |
Locomotora eléctrica saliendo del Tunel #6, Col. FMT |
Tren eléctrico sobre el Viaducto de Pariata, Col. Roberto Ireguí |
Tren en la Estación de Maiquetía. Circa 1893 |
Plataforma en La Guaira con dos de las locomotoras inglesas fundadoras del ferrocarril en 1883 |
Me gustaria contactar con el Sr. Jorge Ernesto Bello Dominguez. Soy su prima de Barcelona, España y no hablamos recibido respuesta a mi ultima carta. Qué alegría saber que está bien! Como podemos conseguir su mail? Muchísimas gracias! Mi correo
ResponderEliminarEste es el correo de Carlos Bello, hijo de Jorge Bello Domínguez, pues Jorge no tiene correo.
Eliminarcarlosbello0@yahoo.com
Qué relato tan bello, cómo me gustaría que existiera otra vez ese ferrocarril, me encantan los trenes, son muy románticos y más seguros que los carros normales, gracias por compartir.
ResponderEliminar