lunes, 3 de noviembre de 2014

La Muerte

Por: Rafael Cartay*

El costumbrista venezolano Francisco de Sales Pérez, quien fuera además ministro de Fomento, en su escrito "Las Necrologías" (1892: 33-34), rebosante de ironía, de la que cito sólo algunos fragmentos: "La muerte no es, como se ha dicho, la última calamidad de la vida, sino la penúltima. Hay otra después de la muerte. ¡Esa última calamidad es una mala necrología! La muerte impone respeto a todo el mundo menos a esos moribundos necrólogos, especie de cuervos literarios, que andan olfateando cadáveres para satisfacer su hambre de publicidad. Los que escriben necrologías, por lo regular, no piensan tanto en elogiar los méritos del muerto como en hacer ostentación de los suyos. 
Lo que parece una lágrima sobre una tumba suele no ser más que un grito de la vanidad. La tumba es el apropósito. Otras veces, el homenaje rendido a un muerto no es más que la adulación de un vivo". Y así sigue esta larga requisitoria contra la impropiedad y el abuso de la necrología. Otro que la critica, haciendo mofa de ella, es el poeta Francisco Pimentel, Job Pim, en su cuento "La muerte del Justo" (1913.192). Mentirosa y cursi, a los ojos actuales, la necrología fue la manera más empleada para rendirle culto a los muertos ilustres en la Caracas de fines del siglo XIX y el segundo decenio del XX, esa época singular que algunos califican como nuestro "período romántico". 
La necrología era generosa en el reparto de alabanzas, pero discriminatoria en sus favores, pues sólo elogiaba a los muertos pudientes, vinculados a respetables familias de la sociedad. 
Los avisos luctuosos, que no siempre se insertaban en una determinada sección del periódico y separadas de otros avisos, como los de la publicidad comercial, comienzan a aparecer separados de otros avisos y en secciones especiales. En el diario El Heraldo, de Caracas, aparece la primera nota luctuosa con estas características en la edición del 10 de febrero de 1936, con el mismo formato de los actuales, pero con algunos cambios en la terminología empleada. Donde ahora dice "sepelio", allí decía "acto del enterramiento", y antes, en la década de 1880, "inhumación del cadáver", "cadáveres inhumados" o "acaba de rendir la jornada de la vida".
Miguel Mármol (1895:438) muestra con gracia los entretelones de un velorio caraqueño de finales del siglo XIX: "Si por algo no quisiera yo morirme es por esa última noche que pasa uno en casa, en calidad de difunto (...) A mí me gustaría marcharme al otro barrio sin disfrutar de esa juerga póstuma que llamamos velorio, para quitarle a la familia el derecho a exclamar: ¡Caramba! Hasta después de muerto nos fue oneroso". En realidad, según Mármol, alias Jabino, "El amo del muerto es el que llora. Los demás son bebedores de café", de brandy Hennessi y de ron. En la misma tónica, Francisco Pimentel, el famoso Job Pim, en un poema humorístico dedicado a "Los velorios", comienza así: "Un velorio, en Caracas cuando menos / tiene carácter de jolgorio, / aunque no sea de los más amenos." (Nazoa, 1972:11,29-30

Coches fúnebres

Francisco de Salas Pérez, destacado hombre público que había conocido otros países, señaló en un artículo sobre "Las Agencias Funerarias" (1893:11,48), que "Caracas tiene la gloria de poseer las más lujosas empresas funerarias que he visto...". En 1890 las tres agencias funerarias que funcionaban en Caracas se habían fundido en la Agencia Funeraria de Caracas, presidida por P. Toledo Bermúdez, acusada por la prensa de actuar de manera especulativa (El Economista, Caracas, 01.03.1890). 
En 1893 Henrique Fánger y Fernando Morales crearon una "Agencia Sepulcral", que se encargaba de asear, cuidar y conservar las tumbas, así como construir túmulos en el Cementerio General del Sur, tarea que fue continuada por la Agencia "Cruces-Marcas", de Nicanor Arturo Díaz en 1894 (Landaeta Rosales, 1906:20). 
Al referirse a los coches fúnebres en una crónica muy amena sobre el manejo de la muerte en nuestro escenario social, el investigador Rafael Cartay apunta que desde 1849, al menos entre los ricos, ciertas prácticas cambiaron pues fue cuando se creó la primera agencia funeraria en Caracas, regentada por el español Antonio Echaiz. Después se crearon otras: la de José Giraldez, en 1869, que introdujo el primer coche fúnebre en la ciudad (Landaeta Rosales, 1906:17). Tejera (1877:11,20) señala que, hacia 1870, las urnas eran llevadas a la Iglesia y al cementerio en lujosos coches tirados por caballos, "como en las ciudades más cultas". Los coches eran "muy decentes", y los alquilaba en 1876 la empresa de G. Fulco y Cía (Diario de Avisos, Caracas, 06.11.1876). Un articulista, con seudónimo "David", criticaba en 1892 el derroche acostumbrado en esos "carruajes de la muerte", forrados de flores por fuera y por dentro: "Indudablemente que la vanidad pone mucho en los entierros de hoy, y la piedad nada" (David, 1892). 
En las primeras décadas del siglo XX se establecieron en Caracas otras agencias funerarias, entre las cuales una de las más conocidas fue "La Venezolana", en 1929, que ofrecía servicios funerarios para ricos y pobres, con varios presupuestos, aparte de que ofrecía un novedoso servicio con autos de marca Packard (El Eco Social, Caracas, 23.03.1929) –refiere el investigador Rafael Cartay. Después vinieron otras más completas, como La Equitativa, existente en 1910”.

*Economísta, Doctor, Investigador del CIAL - ULA. Centro de Investigaciones Agroalimentarias. Director de Cultura de la Universidad de Los Andes, Mérida – Venezuela.

La carroza Packard 1930 de la FMT

La colección de la Fundación Museo del Transporte incluye una carroza fúnebre marca Packard del año 1930 (en dos de las fotografías con vistas desde ángulos diferentes). Es blanca pues estaba destinada exclusivamente al traslado de los ataúdes en los que cuales reposaban los restos de niños o señoritas. Fue donada por los hermanos Lander, propietarios de la agencia funeraria La Equitativa, de las primeras fundadas en Caracas y el país con servicio de transporte a motor, sustituto de preciosas por bien ornamentadas carrozas tiradas por caballos. El cuerpo del general Pedro José Arvelo fue el primer que llegó en automóvil al Cementerio General del Sur. Así pasó a la historia “más que por sus hazañas militares” –escribió el periodista Javier González, investigador y divulgador también de la historia del automóvil en nuestro país. La carroza mortuoria Packard se puede mirar en el Salón del Automóvil del Museo Guillermo José Schael, abierto al público cada domingo entre 9am y 4pm. Agregamos la gráfica de un viejo Packard 1930.



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