Es un hecho muy poco frecuente en nuestras latitudes que una institución alcance, como el Colegio Humboldt, la notabilísima edad de los 120 años. Fundado para servir las necesidades educativas de la colonia alemana en Venezuela, el Colegio Humboldt ha evolucionado desde 1894 hasta nuestros días para convertirse en un colegio de encuentro entre las culturas venezolana y alemana.
Para entender la dimensión de esta celebración, tengamos en cuenta que la república tiene 203 años: el Colegio Alemán-Colegio Humboldt ha estado en más de la mitad de nuestra vida republicana y su alcance toca ya tres siglos: el XIX, el XX y el XXI. La presencia del colegio ha estado signada por diversos sucesos históricos: una guerra civil, la Revolución Libertadora, entre 1901 y 1903, dos guerras mundiales, en particular la Segunda Guerra Mundial, que implicó su cierre temporal. Sólo en el siglo XX, se ha desenvuelto en escenarios históricos tan diversos como dictaduras, golpes de Estado, guerras, gobiernos democráticos, gobiernos hostiles y por encima de todo, ha sabido mantener su ritmo de navegación institucional.
Todo esto deja una lección: los eventos históricos no son más que un telón de fondo, a veces con momentos estelares, grises u oscuros, pero las instituciones, con la consciencia firme de su misión, deben edificar su propio destino y su historia particular en la certeza de conocer la naturaleza de su propósito. Esto no es otra cosa que hacer cohabitar una historia con otra historia sin que la Historia en mayúsculas pueda hacer añicos a la historia en particular. Esto nos sirve como sujetos, comenzando por nuestros objetivos y fijaciones: la gran Historia es el panorama ante el que actuamos y ante el que tenemos el deber ineludible de sobreponernos.
Es en esta construcción institucional donde ha residido el éxito del Colegio Humboldt que nos lleva a reflexionar sobre esta arquitectura del conocimiento. Estamos hablando de unas cuatro generaciones que han pasado por el colegio. Esta construcción institucional implica un proyecto echado a andar que tiene como objetivo permanecer en el tiempo ofreciendo un resultado: una educación de primera, sobre la base de un encuentro binacional entre la cultura alemana y la cultura venezolana, que gradúe sujetos aptos para la universidad, la vida y la sociedad.
El conocimiento siempre nos hará libres, pero ese conocimiento debe venir acompañado de un fundamento ético, que sepa distinguir los verdaderos valores de los ilusorios y cambiantes. A lo largo de sus años, el Colegio Humboldt ha sabido igualmente construir algo que las sociedades aprecian como nada porque la convierten en referencia para sus miembros. Ha sabido levantar y fijar una tradición. La defensa de las tradiciones es lo que hace que una institución sea de una forma determinada y no de otra. Hablamos de un colegio que ha sabido educar, formar con valores, crear disciplina, establecer constancia, fomentar la competencia para sujetos que han experimentado la transversalidad de los valores compartidos entre Alemania y Venezuela. Y eso lo define y significa como hacedor de tradición. Esa visión europea, alemana y venezolana redunda en lo más extraordinario que podemos esgrimir como habitantes planetarios y habitantes del conocimiento: la consciencia de lo universal.
Los aniversarios reafirman nuestros objetivos y asumen la categoría de ejemplaridad. Nadie miente al decir que el Colegio Humboldt es ejemplar, que constituye un modelo a seguir. En estas sociedades humanas llenas de grandezas y miserias, de aciertos y de errores, en las que abunda la promesa y escasea el cumplimiento, donde resulta más fácil destruir que construir, este colegio ha sabido mantenerse en el tiempo sin haber dejado de apostar a la excelencia ni un solo día. Hoy recordamos la fundación de una mañana de 1894 en que un grupo de visionarios alemanes y venezolanos imaginó sin titubeos, con entusiasmo y fe en el porvenir, una historia y un colegio para ser contados en los siglos venideros.” Karl Krispin
Tomado de: El Nacional, Caracas, 1 de noviembre de 2014
En la fotografía, a la izquierda Alejandro Necker, quien fue director del Colegio Alemán antes de la II Guerra Mundial, y el señor Gathman, de los grandes promotores de la subsistencia con el correr del tiempo del colegio fundado por el grupo de alemanes visionarios de hace 120 a los cuales se refiere el escritor Karl Krispin. Guillermo José Schael, cofundador del Museo del Transporte, fue alumno del colegio alemán en tiempos del profesor Necker, con quien tuvo relación hasta la muerte de Necker, odontólogo graduado en la UCV, cuyo consultorio funcionó en su casa de habitación, entre las esquinas de Ánimas y Calero.
Dr. A. Necker antes de residir cerca de la esquina de Ánimas vivió cerca de la Esquina de El Hoyo en el centro de Caracas. Fue el odontólogo de nuestra familia.
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