A finales del mes de junio de 1919, el día que cumplía 31 años de graduado como médico, 45 años de edad, falleció en el Hospital Vargas de Caracas, José Gregorio Hernández. Cae víctima de un accidente de transido en el que además son protagonistas un sedán Hudson Essex 1917, otro de los casi 500 automóviles que circulaban por la ciudad, unido para que ocurriese aquella inesperada desgracia, a uno de los tranvías eléctricos de los que cubrían la ruta Plaza Bolívar-La Pastora.
El sepelio constituyó una de las mayores demostraciones populares de pesar registradas hasta la época en la historia de la capital. En la medida que la noticia llegaba a los distintos rincones del país, para quienes había escuchado hablar del doctor Hernández, fue un evento penoso que nunca ha debido suceder.
95 años más tarde, Venezuela asume la muerte del centenario médico Jacinto Convit como la pérdida de uno de los valores científicos y humanos más preciados de la República. Personaje fundamental del siglo XX por su dedicación a la investigación y el tratamiento de enfermedades como la lepra y la leishmaniosis, campos donde deja Convit obra que trasciende fronteras y hará eterno el recuerdo de su nombre como la admiración colectiva a su comportamiento ciudadano.
Tiempos diferentes determinan que no obstante la valía de Convit García, no obstante el eco de la prensa nacional y extranjera del fallecimiento del personaje, al ya apartado y muchas veces casi inaccesible Cementerio de La Guairita, quedará reducido el acompañamiento por familiares, amigos, discípulos y admiradores. Bien diferente a lo ocurrido cuando el cuerpo del doctor Hernández desbordó lo previsible y es llevado en hombros desde el Palacio de las Academias al Cementerio General Sur.
Su UCV, el Palacio de las Academias ni el Capitolio Federal, abrieron esta vez sus puertas para rendir un último tributo al ser humano que, a juzgar por el despliegue informativo que su trayectoria profesional ha recibido en la prensa escrita, televisión y otros medios radioeléctricos más el ciberespacio, la verdad es que no requiere de tales distinciones ni de otros homenajes adicionales a los dispensados en vida. A los últimos ofrecidos asistió emocionado: presentación del busto encomendado por la Sociedad Bolivariana de La Guaira al escultor Dámaso Palacios, y días más tarde, del reportaje fílmico dirigido por María Eugenia Mosquera, producido por Vale TV, documento aleccionador a través del cual historiadores, amigos, discípulos y seguidores exponen cuanto honestamente merecía decir. Allá aquellos obnubilados por consideraciones de baja estofa que como también en el caso de José Gregorio Hernández, Santo del pueblo venezolano, obstruyen con formalismos la senda hacia la beatificación vaticana del hijo de Isnotú, en la práctica, licencia no requerida para vivir en el alma, estar en la fe y las oraciones de nuestro pueblo.
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