I.- Nadie me entiende cuando como residente del municipio Chacao me quejo de que en paralelo con informaciones sobre el apoyo de tecnócratas y especialistas japoneses en cuestiones preventivas y rescate ante el riesgo sísmico, las autoridades del municipio se hacen de la vista gorda. Desde siempre, cuando montan pisos adicionales o se le añaden pegostes a las partes altas de edificaciones cuya estructura fue ejecutada bajo cálculos ante los cuales se insubordina el afán de lucro, la viveza del venezolano, la irresponsabilidad del gobierno local,… Nada logra variar la conducta de los responsables, ni los infractores adquieren conciencia de que algún día podrían ser objeto de acusaciones sopesadas, ser juzgados y encerrados en lugares infernales como El Rodeo puede ser poco. Decenas de personas podrían morir aplastadas ante el derrumbe de tales añadidos, anclados por soldaduras, a la caída de la ranchificación de las platabandas o la aparición de piscinas en los techos postizos. De los pisos agregados a las torres de oficinas o residenciales frente a las grandes avenidas o calles de Chacao, una extensa zona catalogada como de alto riesgo sísmico. Lo advierte la historia de las sacudidas al Valle de Caracas.
Angel Mancera Galleti, antiguo gerente de la Bolsa de Caracas, era nuestro anfitrión más constante en la Mansión Charaima. Cinéfilo como era don Angel, periodista, fino caballero, generoso cual más, entendido en cuestiones de valores, honesto y buen observador, también los sábados eludía perderse la película proyectada sobre pantalla ubicada en uno de los costados del edificio vacacional situado frente a la laguna de Caraballeda. Digo también, pues Mancera salía cada tarde de su trabajo en el edificio del Banco Mercantil en la esquina de San Francisco e iba directo a alguna de las salas de cine del centro o del Este. Era su rutina al volver a su casa en la calle Negrín, en La Florida. Antes de pasar al comedor, los sábados en la Mansión Charaima, veíamos juntos la película. Imposible alterar aquella fórmula de pasar las horas. Nos enriquecía a todos. Por algún motivo que desconozco, doña Blanca y Angel no estaban en Charaima y claro que tampoco viendo la película, cuando la sacudida de la tierra encrespó el oleaje poco después de las ocho de la noche del sábado 29 de julio de 1967, marcó de muerte, sangre y dolor el espacio donde inocentes de riesgos, tantas veces nos sentamos a disfrutar del cine ofrecido por el club de propietarios de la Mansión Charaima. Parte de los tres ultimos pisos del edificio, cayeron en las cabezas y cuerpos de una desprevenida audiencia mixta.
II.- A las nueve en punto de la mañana de aquel mismo sábado, la aeromoza aseguró el cerrojo de la puerta de acceso a la cabina del Convair 880-22M siglas YV-C-AVB de Viasa. Minutos después despegaría por la pista 09 del aeropuerto de Maiquetía rumbo a la terminal internacional del Kennedy Airport, en la periferia de Nueva York. Entre otros, abordaron el vuelo regular diario del jet, José Chepino Gerbasi, Luis Alfredo Chávez, Carlos Chávez, López y Alfredo Schael.
A partir del 1 de agosto de 1961, al comienzo tres días cada semana, luego con frecuencia diaria, los jet tetrareactores 880 de Viasa recorrían con puntualidad suiza los 3.400 kilómetros que separan a Caracas de Nueva York. Iban hacia el Norte por la mañana y en la tarde salían de Nueva York a las 4 para llegar a las 8 de la noche a Maiquetía. Puntualidad que alcanzaban las veloces aeronaves Convair 880 que efectuaban la travesía, alterada por los tiempos record alcanzados un par de veces en vuelos regulares de Viasa. La primera vez que uno de los tres 880 que Viasa tuvo en su flota rompió el record de cuatro horas de vuelo en jet entre Nueva York y Caracas, fue el 26 de septiembre de 1961 cuando la nave al mando del capitán Carlos Hiller, completó la travesía en 3h36m. El capitán Luis Emiro Cañas guarda entre los recortes de prensa donde registran su desempeño como aviador –el más joven capitán de jet en la historia-, la nota de El Universal según la cual, el vuelo más rápido en la referida ruta comercial lo hicieron el 8 de enero de 1964, aprovechando un viento frío del Norte que los ayudó a llegar a Maiquetía en sólo 3h24m. ¡Oh conquista! En los mandos estaban el capitán Napoleón Pelucarte, L. E. Cañas y el 2do oficial Leonardo Crespo. En la cabina había 52 pasajeros.
Cuando se iniciaron los vuelos de la Pan American hacia Nueva York, el 1 de agosto de 1949, con aeronaves a hélice Douglas DC-4 Sleepperete -con camas-, como a finales de 1946 lo hicieron Lockheed Constellation 749 de la Línea Aeropostal Venezolana, eran necesarias poco más de ocho horas de trabajo en la cabina de mando al frente de los timones, dominando cuatro motores de pistón cuyo acoplamiento constante y calidad de la mezcla era clave. Era otra de las tareas exigentes, tanto o más que la misma navegación a base del rigor en los cálculos ajustados y la destreza oportuna y conveniente para evitar temporales o mal tiempo en la ruta seguida a lo sumo a seis mil metros de altura. En 1931, el mismo viaje demoraba 10 días hasta a La Guaira desde la bahía del río Hudson, ¡pero no en barcos a vapor sino a bordo de aviones anfibios operados exclusivamente por la Pan American Airways!
Viasa reemplazó en forma progresiva los pioneros Convair 880, vendidos a Catlay Pacific. La sustitución del equipo de vuelo comenzó con la traida de los primeros Douglas DC8-53. Entonces, en los viajes a Nueva York, a veces hubo necesidad de contar con DC8 arrendados a KLM o Alitalia, siempre tripulados por aviadores venezolanos. Uno de los honores alcanzados por los criollos fue demostrar su capacidad de modo de contar con el asentimiento de la aerolínea holandesa para que le condujeran sus jets tanto de la línea Douglas como Boeing (747).
III.- Cuatro horas y unos pocos minutos más tarde de la salida desde Maiquetía, hicimos la escala de transferencia prevista para proseguir en otro avión con destino a Montreal. La larga tarde del verano incandescente y muy caluroso nos iluminó aquel primer contacto con Canadá y esa ciudad maravillosa que ya entonces mostraba ese segundo nivel subterráneo en pleno desarrollo hasta hoy, alternativa ante los inviernos bajo 0° o los calorones sofocantes entre junio y septiembre. Varios llamaron a sus casas en Caracas para avisar la llegada feliz y sentirse extenuados pero confortablemente instalados. Gilberto Carrasquero nos atiende a nombre del Ministerio de Fomento al igual que funcionarios de la Feria Mundial Montreal 67.
La misión periodística era conocer el pabellón venezolano en la Expo Montreal 67, de esas intervenciones maravillosas que como país sabíamos lograr aunque sin el eco suficiente, al menos a juicio de los promotores. Venezuela se esmeró al tomar en serio la opción de proyectar al país en crecimiento equilibrado y justo como a su democracia victoriosa ante las acechanzas totalitaristas. El mensaje venía envuelto en un estupendo documental y muestras de cifras, realizaciones, arte, folklore además de la presencia de figuras del quehacer venezolano de aquel tiempo histórico. De ahí aquella gratísima participación de lujo por lo digna e inteligente dentro del micromundo artificial o compendio de naciones en un espacio pintoresco, agradable, imán de gentes de todas partes. Ninguna idea mejor que ofrecer la cara moderna incorporando al maestro Carlos Raúl Villanueva quien se expuso a través de un concepto renovado de la evolución estilística del visionario caraqueño. De aquella obra asombrosa por sencilla en su planteamiento, desenvoltura y forma, estupendamente situada han escrito los entendidos advertidos de que en el contexto de la obra de Villanueva, representó en su última etapa tanto como un manifiesto brutalista, reinterpretando a la luz de las tendencias occidentales y de la influencia japonesa de Kenzo Tange. A Montreal 67, el maestro llevó al máximo una visión cubista en la que no existía una perspectiva visible ni un punto de fuga estable y se centra en la idea de la mega-estructura de Le Corbusier, a partir de la fuerza que imprime el hormigón bruto.
El estudio de publicado por la Galería de Arte Nacional considera que “los Cubos de Montreal señalan la llegada de Villanueva al minimalismo, como una decantación disciplinaria que explora la simplificación hasta las últimas consecuencias. Aquí hace un uso audaz de forma, tipografía y color, y articula a modo de engranajes tres cubos gigantescos forrados en aluminio y pintados con colores primarios, dispuestos sobre un pedestal piramidal. Los cubos expresan un minimalismo extremo en donde la búsqueda de la máxima tensión formal y conceptual se produce a partir del uso restringido de formas geométricas, con una total eliminación de toda referencia representativa o metafórica. Aquí sintetiza la expresión de la gran escala y subraya el valor escultórico de las formas simples y en gran tamaño y el despojamiento que se percibe en la desnudez de la espacialidad interior. Con el minimalismo, Villanueva transita el universo de las formas despojadas de toda intención personal, valorizándose la obra por la no-acción. La solución artística que propone Villanueva a la arquitectura se expresa ahora como la visualización de un universo en el que queda excluida toda intención”.
IV. Domingo 30. Temprano estábamos listos para salir a admirar los cubos de Villanueva en la Feria Mundial. Al juntarnos en el salón comedor, el siempre bien informado Chepino dijo: “Anoche hubo un terremoto en Caracas. Supe algo por mi mujer pero es imposible comunicarse desde la última vez que hablamos.” Qué mala noticia pero sobre todo, entrar al reino de la incertidumbre. Nuestro interés se mudó de Montreal a Caracas. No obstante, nos arreglamos para ir al espacio ferial. Mirar lo que fuimos a ver y regresar pronto para planificar la vuelta a casa a la brevedad. Luis Alfredo Chávez, coordinador de El Universal, tuvo la ocurrencia de que fuéramos a las oficinas de la agencia de noticias UPI (United Press International) lo cual hicimos. Estaba cerrada el domingo por la noche. Volvimos el lunes. Nos atendieron como representantes del viejo cliente que de la situación general pero nada sobre los particulares que nos interesaban. Debido al movimiento de viajeros generado por la Feria Mundial, sin reserva previa era difícil encontrar asientos en los aviones de modo de emprender el regreso vía Nueva York. Transcurrieron las horas y un par de días sin noticia acerca de la suerte de las familias en Caracas. El día que pasamos en Nueva York, estuvimos en la casa matriz de la UPI. La displicencia la pagaron caro cuando una vez en Caracas, debidamente enterado el doctor Luis Teófilo Núñez, les pagó con bien merecida suspensión del servicio lo cual hizo que la alta gerencia neoyorkina, enviara a Caracas al periodista argentino Martín Leguizamón, impecable caballero cuya dedicación a recuperar al antiguo y tan prestigioso cliente latinoamericano, no le rindió fruto alguno. Estaba a la casa de su oportunidad, la Associated Press. Al doctor Núñez lo indignó la desatención de que habíamos sido objeto. Sin la menor duda, jugó el compromiso del patrono tanto como la conmiseración de los venezolanos ante el drama ajeno internalizado como algo propio. Nos lo apropiamos.
A mediados de semana, estábamos de vuelta en Caracas. Me sentía sobreviviente de la tragedia de la Mansión Charaima pues de no haber viajado aquel mismo día en la mañana, mucha probabilidad había de que a las ocho de la noche del 29 de julio, estuviera imbuido por la película interrumpida con el desprendimiento de la estructura sobrepuesta a la original del edificio. Fue desplazada por el sismo. Guillermo Schael ya alistaba los materiales que incluiría el periodista en el libro El Terremoto Cuatricentenario entre cuyos pasajes figura el anticipo de lo que ocurriría, algo que por obra de la ciencia o la especulación, instrumento en mano, advirtió pocos días antes del 29 de julio, en la propia redacción de El Universal, el doctor en Ciencias Políticas (UCV 1928) y radiestesista larense Emiliano Escobar Añez, hecho del cual no sólo fui testigo sino que además, quedó registrado en las páginas del periódico sin allanar territorios propios del periodismo amarillista. A las ocho y cinco de la noche de aquel sábado, Schael padre circulaba en su Chevrolet sedán negro 1952 adquirido en la firma automotriz Angloven (Bello Monte) establecida por John Miller y José Dacal. Se encontraba en la avenida Andrés Bello, a la altura del Ortopédico Infantil. Iba del periódico a la casa en Las Palmas. Casi no se dio cuenta del desastre hasta llegar a la casa donde Esther, mi madre, Socorro y Guillermo, mis hermanos, e Hilaria, lo aguardaban envueltas por la sospecha de lo peor luego del gran temor sembrado al sentir el crujido de la tierra, ver los sube y baja de los pisos, el grito contagioso del vecindario al compás del jamaqueo durante más de 30 segundos de cuanto Dios creó incluyendo las columnas y paredes de la quinta Trianera: dos plantas construidas a comienzos de los años 40 con ladrillos bien cocidos y sin escatimar el cemento exigido.
Reincorporado al trabajo, la tarea fue reseñar pormenores del terremoto que dejó 236 muertos, dos mil heridos y unos 10 millones de dólares en pérdidas entre otras, la destrucción de cantidad de inmuebles. Uno de estos fue el edificio Palace Corvis, de cuyo quinto piso mi compadre Luken Quintana logra llegar a la calle casi en sólo un brinco antes de presenciar el derrumbe total de la estructura que comenzó a mecerse, bajo cuyos escombros perdió entre mucho, la memoria documental de su familia vasca amén de recuerdos que hoy bien quisiera compartir con sus aprovechados hijos María Eugenia y Luken Ignacio. Quien sería mi esposa Teresa, se hallaba en las instalaciones del club Caraballeda desde donde luego del destello que ilumina el firmamento, al correr hacia el estacionamiento notaba que el pavimento se ondulaba al ritmo del ruido que nadie sabía si era ronquido de la mar embravecida o aullido de la tierra herida. Cada quien carga su historia si fue testigo o supo, como se dice ahora, en tiempo real, de aquel suceso oscurecedor de la conmemoración del nacimiento de la villa Santiago de León de Caracas en 1567.
V. El Museo del Transporte estaba encaminado a contar -al fin!- con casa propia, al lado del Parque del Este. Pero fuera y sin relación diferente a la proximidad. Lengua de terreno apartada por la vialidad rápida en doble sentido que unió la Autopista del Este a la altura del distribuidor Santa Cecilia con la Avenida Miranda, muy próximo a Los Dos Caminos. Antonio Agostini, a la sazón director del Parque y encargado de organizar el Museo cuya junta promotora decretó dos años el gobernador del Distrito Federal Raúl Valera a propósito de la cercanía de los 400 años de Caracas, había hecho limpiar donde pululaban restos de maquinarias y útiles de trabajo de la agencia del MOP dedicada a las obras gubernamentales en el estado Miranda. Recuerda Agostini que escombros de los edificios que cayeron en Los Palos Grandes y Altamira, fueron volcados donde en 1970 sería inaugurado el Museo del Transporte. El mismo que hasta ahora, siempre en medio de dificultades económicas, abrió sus puertas porque genera felicidad y siembra cultura en la gente que lo visita y lo mantiene como referencia importante de nuestra evolución, de objetos útiles a la vida, documentos que registran pasos singulares, historia… Es sólo ahora, en estos tiempos de tanta sin razón, cuando lo atenazan para acabarlo. Otro terremoto. Ahora es hijo de la misma mano del hombre que al construir mal, agravó el daño no pronosticable causado por las sacudidas sacudida sísmicas, incluso de repetirse en esta porción del globo terráqueo conocida por los geógrafos como Valle de Caracas, cantado por mil poetas y descrito como maravilloso por cada forastero que lo ha conocido.
Alfredo Schael
Mi abuelo, el Dr Emiliano Escobar Añez, predijo este terremoto, días antes
ResponderEliminarTuve en mis manos el ejemplar del diario el Universal, donde publican la carta que el llevo a la redacción días antes, lamentablemente, siendo una adolescente, no supe atesorar ese periódico, parte de la historia. Gracias Sr. Alfredo Schael, por hacer mención de mi abuelo en su publicación.
ResponderEliminarSi tan sólo se hubiera publicado, se habrían salvado vidas, lamentablemente no fue así y se, que el sintió mucha impotencia, al saber que ocurriría y no podía hacer nada por evitarlo, más que advertir a sus más cercanos y alejarse de la ciudad.
ResponderEliminarUna vez más gracias, tratare de buscar en la bliblioteca nacional, a ver si en algún lugar encuentro ese diario.