viernes, 22 de noviembre de 2013

En 1960, sin capacidad para hacerlo, pretendimos enfrentar a Chapita

Del Oldsmobile 1954 color verde cargado con 65 kilogramos de TNT prácticamente quedó nada y sólo la acuciosidad de los funcionarios de la Policía Técnica Judicial empeñados en recopilar la mayor cantidad posible de evidencias, hizo posible hallar entre matorrales en la margen del río Valle, la placa que iluminaría el camino para establecer la propiedad del vehículo, pista importante para armar el rompecabezas que descubriría a los responsables del complot.

Transcurrirían pocas horas antes de descifrar buena parte de la historia del intento de magnicidio contra el presidente de Venezuela que en cuanto a medios de transporte, también involucró un avión Curtiss C-46 de la compañía de aviación venezolana RANSA, en aquel momento, con todo y los inconvenientes por los que podía estar atravesando justamente por crecer tan rápido, era la mayor carguera latinoamericana que servía entre Miami y nuestro país.

Al Este de Caracas, para ensayar el manejo y efectos de la carga explosiva entregada por autoridades dominicanas a los conspiradores venezolanos, otro vehículo automotor fue estallado días antes del 24 de junio de 1960.

No obstante lo que tanto repiten en cuanto al apresto de las fuerzas armadas de Venezuela dejado por el gobierno del derrocado general Maros Pérez Jiménez, varios análisis conducen a suponer que muy por el contrario, carecíamos de condiciones apropiadas para responder con un ataque armado al intento de magnicidio auspiciado por el dictador dominicano Rafael Leónidas Trujillo en 1960.

Es lo que se desprende de la lectura del libro (1) que contiene las memorias publicadas del oficial de la Fuerza Aérea Venezolana a quien le encomendaron avocarse a elaborar sobre la marcha un plan ultra secreto que comienza a preparar la misma noche del 24 de junio mientras Rómulo Betancourt aún convalecía en el Hospital Clínico de la Ciudad Universitaria.

El entonces teniente coronel Luis Arturo Ordoñez (2) – autor del libro- era el jefe de III Sección del Estado Mayor Aéreo, encargado por el comandante general de la aviación militar y de hecho ministro encargado de la Defensa, de medir la factibilidad de una operación que en principio fuera exclusiva de la Fuerza Aérea.

La Operación Relámpago, como el propio Betancourt la hizo llamar desde el primer instante en que expresó su deseo de contraatacar, consistiría en destruir objetivos en República Dominicana pero también prever la respuesta por parte de fuerzas de Chapita contra Venezuela.

Ordóñez refiere en sus memorias que juntó a su superior, general Antonio Briceño Linares, comandante de la FAV, se retiraron del hospital tarde por la noche del día 24, rumbo a La Carlota ya con la orden de alistar los recursos a emplearse en una intervención militar contundente.

Empero en la medida que transcurrieron los días, Ordoñez llegaría a la conclusión que sin ambages vuelca al final del capítulo donde narra con detalles cómo se tramó en Caracas una eventual respuesta u ofensiva bélica a República Dominicana: "Después de tres semanas de trabajo, los resultados hasta cierto punto fueron decepcionantes. Las Fuerzas Armadas eran un cascaron sin poder de fuego; no había en ciertos momentos unidad de criterio, la confusión era la base orientadora de lo que debía hacerse, algunos hombres en posición de Comando sólo eran pantallas. Elaboraban documentos que carecían de Técnicas de EM y no daban base para orientar un plan de acción. Si se hubiera convocado el Consejo Supremo de la Defensa, no hubiera sido suficiente un salón con cupo para cien aspirantes a formar parte, cuando la ley solo fijaba siete miembros principales y algunos asesores calificados a designación del Presidente...

“La conquista de la opinión pública -prosigue el texto del general Luis Arturo Ordoñez- se convirtió en un espectáculo teatral donde intervenían ante grupos de la CTV y empleados públicos, buenos y malos conferencistas, acompañados también a veces de oportunistas. Menos mal que OEA respondió..."

Ordoñez refiere como antecedente de esta historia contenida en el Capítulo VIII de su autobiografía, que antes de finalizar la tarde del 24 de junio, Briceño Linares lo invitó a pasar al despacho con la finalidad de ordenarle "preparar una acción de retaliación, contra objetivos militares y gubernamentales ubicados en Ciudad Trujillo. La acción seria realizada por la aviación en el plazo más breve posible. La orden era para cumplimiento por la Fuerza Aérea”.

La primera consideración entre varias venidas a cuenta por el grupo que bajo estricto secreto evaluó lo que estaba ordenado atender, fue tomar en consideración la conveniencia de cumplir algunas obligaciones legales y constitucionales.

Podría ser en combinación con la Marina, necesitaría de un esfuerzo económico, vencer obstáculos de venta de medios bélicos por parte de Estados Unidos y un promedio de treinta días de preparación y entrenamiento, así como el ajuste al dispositivo interno para hacer frente a la reacción a una reacción de tipo de tipo aeronaval, o empleo de quintas columnas.

En la madrugada siguiente, en Miraflores, el Presidente, visiblemente adolorido y molesto, dispensó tiempo en el lecho, a escuchar las propuestas elaboradas en las pocas horas anteriores.

Según Ordoñez, en determinado momento dijo Betancourt: "¡Quiero que algo estalle en Ciudad Trujillo, carajo!".

Al avanzar en la presentación - según el general Ordoñez - el Presidente comprendió luego de estremecerse, "la realidad escueta de las limitaciones que se tenían para convertir en Misión a Cumplir, la orden por él impartida en momentos de razonable ofuscación e ira".

No obstante exclamó: "¡Vayan preparando la operación!".

Pero antes de dejar ir a Briceño Linares y Ordoñez, insistió: "Es necesario y así lo quiero, que aunque sea el reventar de un chopo se escuche en la plaza Rafael Leonidas Trujillo".

La operación secreta de la aviación siguió su curso en los días siguientes. Cree Ordoñez que por primera vez la Fuerza Aérea estuvo "en real pie de guerra".

No obstante, fue concienzudamente evaluada la distancia, la condición insular, el regreso y que nuestros aviones podían ser detectados a 75 millas de las costas dominicanas, tiempo suficiente para una respuesta de parte de una de las fuerzas armadas entre las mejores del Caribe en aquel tiempo.

Llegado el momento de certificar los instrumentos de acción disponibles, el comando de la operación constata que en el Servicio de Armamento desconocía con precisión las existencias para armar los Camberra. Había bombas de 1000, 500, 250 y 100 libras pero sin espoletas y que tal armamento estaba compuesto de elementos ingleses y estadounidenses, eran considerados ofensivos por lo cual los suplían discrecionalmente a nuestros países.

La falta de las espoletas para las bombas de 1000 libras hizo recurrir a la alternativa dispensada por los bombarderos de la II Guerra Mundial agrupados en el Escuadrón B-40: los N/A B-25 Mitchell..

El 27 se ordenó el acuartelamiento cien por ciento e inicio del adiestramiento del personal adscrito al Escuadrón B-40. Sólo seis unidades estaban disponibles -“algunos de ellos con problemas en las miras de bombardeo Norden” - para una intervención enfocada contra objetivos fijos distantes 600 millas, con aviones en vuelo con peso completo.

En abono a lo referido por el general Ordoñez cabe mencionar que el historiador y experto en temas militares, Carlos Hernández, entrevistó a comienzos de los años 2000, a un oficial ya retirado de la FAV, coronel José Alberto Blanco, quien formó parte del grupo de aviadores seleccionado para llevar a cabo la Operación Relámpago.

Blanco confió a su entrevistador que recibieron la orden para adiestrarse en secreto para una acción acerca de la cual no ofrecieron mayores detalles salvo que el objetivo estaba distante. A partir de allí los involucrados analizaron las condiciones del apresto del equipo, el retorno y que para volar a 15 mil pies requerían sistemas de oxigenación para los tripulantes, calefacción y salvavidas en buenas condiciones para casos de emergencia sobre el mar nada de lo cual estaba disponible. El coronel Blanco comentó a Hernández que privó la sensatez pues una venganza conduciría al luto a varias familias venezolanas.

Ordoñez escribió que en los días siguientes, de parte del Presidente hubo la orden de poner a pensar a las Fuerzas Armadas sobre acciones a futuro al mismo tiempo que avanzaran en las gestiones internacionales encaminadas con buen augurio por la Cancillería a cargo de Marcos Falcón Briceño.

Sin embargo, con la Fuerzas Aérea con su plan ya al día, los conductores del país y factores políticos de la coalición y otros sectores, pensaron en la posibilidad que Trujillo continuara en el empecinamiento de eliminar a cualquier costo a Rómulo Betancourt e interferir para que la democracia venezolana se viniese al suelo.

Nuestras fuerzas armadas estaban conscientes de que Chapita poseía medios militares para atacar puntos en el centro, oriente y occidente de nuestro país, ante lo cual debíamos permanecer más que alertas.

Un documento reservado precisó en su Punto Cuarto -reseña el general Ordoñez-: "La aviación de Venezuela esta prevenida y lista para acciones, pero no ha recibido órdenes parta maniobrar ni ejecutar acciones sobre Santo Domingo. No obstante, si aviones de ese país realizan alguna acción sobre el territorio nacional, la Aviación de Venezuela realizará de inmediato un ataque masivo a instalaciones militares dominicanas".

La posición de Miraflores fue contemplar la intervención de la aviación como acción en principio aislada, independiente de la situación general y de la acción conjunta de las demás fuerzas. Ello se incluyó en un documento confidencial fechado 2 de julio.

La Orden de Operaciones distribuida entre los jefes de las unidades aéreas que intervendrían estaba incluida en un sobre adicional que debía abrirse sólo dada la orden de abrirlo. Estaba identificada "Orden de Operaciones 15.1.E".

Edgardo Mondolfi Gudat puntualiza en su libro El Día del Atentado (3): “A pesar de la gravedad de la crisis y sus implicaciones, ni venezolanos ni dominicanos serían objeto de un solo disparo, ni por mar ni por aire. Los cañonazos serían más bien verbales o tendrían forma de papel. Tampoco el escenario serían las aguas del Caribe sino San José de Costa Rica”.

La desaparición física de tres testigos de excepción aunado a la tendencia a desestimar que en medio de la ira pudo sobrevenir una decisión perfectamente natural, incluso asomada por persona diferente al objetivo del frustrado magnicidio, dificulta sustentar hoy que, por ejemplo, el contralmirante Daniel Gámez Calcaño, hombre de incuestionable seriedad, digno y probo, confió a amigos cercanos, que durante una de las reuniones con el Presidente a la que le correspondía asistir como alto jefe de la Marina que era, le escuchó decir que pagaría con la misma moneda aunque que una cuestión de carácter más bien personal, no debía causar dolor en gente del pueblo en ninguno de los dos países. Gámez Calcaño integró la misma promoción de oficiales navales 1937 de la cual fue parte el capitán de navío Eduardo Morales Luengo, protagonista clave en la trama del atentado financiado y asistido por Trujillo para exterminar a Betancourt y desestabilizar el avance democrático de Venezuela.

También se sabe de fuentes en extremo serias y confiables, que mientras en los comandos de las unidades castrenses organizaban las diferentes fases y tiempos de la Operación Relámpago con intervención de las fuerzas de aire, mar e infantería, por su parte el Servicio de Inteligencia de las Fuerzas Armadas (SIFA), a cargo de los oficiales Martín Márquez Añez, director, y Raúl Giménez Gainza, sub director, reclutó un grupo que logra penetrar en República Dominicana, donde algo debió ocurrirles al margen de lo previsto dado que luego se supo Caracas que los métodos crueles de los hombres dirigidos por el coronel Abbes García, jefe del temible Servicio de Inteligencia Militar (SIM) dominicano, siniestro personaje del régimen de Chapita, lograron el exterminio del grupo y que a los cadáveres, luego colocarle botas de cemento, los echaron al fondo del mar para no dejar huellas de los infortunados agentes.

Abbes personalmente fue quien entregó a los conspiradores venezolanos la carga de explosivos y el equipo de micro ondas empleados en el atentado del 24 de junio de 1960.

Como leímos más atrás, el mismo año 1960 Ordóñez concluyó: “Menos mal que la OEA respondió”. Y por motivos ajenos al atentado contra Betancourt, un grupo de complotados todos dominicanos, acabó a tiros con Rafael Leonidas Trujillo durante una emboscada la noche del 30 de mayo de 1961.

Volviendo la mirada hacia dentro, cabe preguntar cuál sería el apresto operacional en el cual la dictadura dejó los equipos de la Fuerza Aérea que, 30 meses más tarde del 23 de enero de 1958, estaban incapacitados de una acción planificada como Operación Relámpago. Los testimonios del general Ordoñez como del coronel Blanco dan lugar a la duda pues en tan poco tiempo, luce como imposible habernos quedado en la práctica, casi inermes.

Alfredo Schael

Cuento con historia de un andino en la Fuerza Aérea. Luis Arturo Ordoñez, general de división de la Fuerza Aérea Venezolana.  Prólogo de J. AZ. Giacopini Zárraga. 320 páginas. Corporación Marca. Marzo de 1996.

Luis Arturo Ordoñez, nativo de Ejido (1922) fue treinta años oficial activo de la Fuerza Aérea Venezuela, en la que desempeñó diversos cargos además de funciones en el servicio exterior de la República. Ingresó a la Escuela de Aviación Militar en 1938. Alcanzó a ser Comandante General de la Fuerza luego de ocupar varios años la Dirección de Aeronáutica Civil. Falleció en Caracas

Estado en que quedó la limusina presidencial blindada marca Cadillac

Restos del Oldsmobile verde del año 1954 en el que estaban los 65 kilos de TNT detonados a control remoto.

Oldsmobile 1954 como el portador de los explosivos utilizados al paso de la caravana presidencial
Rómulo Betancourt y el ministro de la Defensa, general Antonio Briceño Linares, en 1962, en  la Base Libertador

Los North American B-25 ex USAF adquiridos por nuestro país cuya llegada a Maracay tuvo lugar a partir de 1947, los mismos que supuestamente podían constituir el brazo fuerte para una operación militar sobre la República Dominicana en 1960.

También contábamos con los bombarderos británicos Canberra.


3 comentarios:

  1. Respuestas
    1. Gracias. Los detalles pueden ser ampliados. El libro de Edgardo Mondolfi Gudat ofrece versiones interesantes. Abrazo

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  2. Leí con detenimiento los cuatro artículos del Blog que me mandaron, los disfruté muchísimo, no tanto por el contenido que me pareció excelente sino porque, excepto en el barco de Neruda y Herrera Guerrero, yo estaba por ahí, de niño o zagaletón, pero andaba cerca y la lectura me hizo retroceder a los tranvías, a la carretera vieja de la Guiara y la inauguración de la autopista Caracas La Guaira y cuando el atentado de Betancourt que nos toco verlo de cerca entrar en el Hospital Clínico Universitario, lleno de una gran confusión y posterior conmoción. Por ahí anduve y por eso tus artículos me fueron muy gratos. Saludos, Hernán Pifano

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