domingo, 14 de diciembre de 2014

Del burro y la mula. Cien años de ‘Platero y yo’.

En los pesebres venezolanos es inadmisible la ausencia del buey y el asno en la escena del nacimiento de Jesús como tampoco la de los caballos en los que guiados por la estrella de Belén, llegarán al niño Dios los reyes magos cargados de regalos. Al huir a Egipto debido a la persecución de Herodes a los recién nacidos, José empleará un burro para recorrer el arenoso y desolado territorio hasta alcanzar el Nilo.
Tales referencias bíblicas sin embargo contribuyen poco a esclarecer la época de aparición del carro de ruedas tirado por caballos, mulas, asnos o bueyes, aunque algunos estiman que ocurrió cuatro mil años antes de Cristo.
La introducción de las especies equinas en nuestro país se produjo con la primeras entradas y fundaciones españolas que originaron los asientos más primitivos en el Oriente de Venezuela, a partir de la fundación de Nueva Cádiz en la isla de Cubagua. 
“Valioso auxiliar del proceso de conquista”–califica la introducción y empleo de equinos, don José Antonio Giacopini Zárraga quien hace notar que en España estuvo prohibida la mula –producto de caballo con asno- por escapar al principio de la reproducción de las especies así como también su empleo, salvo en los casos de damas y clérigos.
Una anécdota de Simón Bolívar niño refiere que su tutor José Sáenz le habría expresado mientras cabalgaban juntos, Sáenz en un caballo y Bolívar en burro: "Me temo que usted nunca será un buen jinete” ante lo cual el infante respondió: "Como voy a ser un buen jinete, montando un burro demasiado débil para cargar leña."
Los asnos o burros aparecieron en la geografía venezolana como refuerzos del papel estelar inicial del caballo, producto sofisticado de exportación restringida por la Corona que lo tuvo como arma de sus empresas guerreras además de instrumento de trabajo y medio de transporte.
De ahí que no exista estampa asociada a nuestro pasado donde el burro deje de figurar como medio de transporte, en arrieros o parte del paisaje en los pocos momentos de reposo que se le dispensaban o todavía se les concede pues no es que falte como medio indispensable en las tareas propias en las zonas rurales o semi rurales de la actual Venezuela cuyo parque automotor suma cifra cercana a las cinco millones de unidades.
El profesor Armando González Segovia, docente de la Universidad Nacional Experimental de los Llanos Ezequiel Zamora, menciona a Joseph Luis de Cisneros por haber escrito que los llanos sacaban muchas recuas de mulas “…en especial de la Villa de San Carlos, de la Ciudad de San Sebastián, y la Villa de Calabozo, donde ay Atos tan crecidos...”. También, que en San Carlos existen crecidos atajos yeguas donde: “…producen innumerables Mulas; de modo, que ay Criador que coge quatrocientas en cada año: Los mas Atos, pasan de quinientos Cavallos de servicio; y producen tanto las Yeguas, que hay parage donde se encuentran alzadas, o montaraces, que parecen un Ejercito de Cavalleria, y en sintiendo la Gente, huyen con tal estruendo, que parece un Terremoto, ó tempestad desecha: es difícil sujetar este Ganado, por queés sumamente altanero; y de ordinario se matan huyendo: ...”
González Segovia apunta que su abuelo materno, Luis Jara, “solía contar las largas jornadas que en su arreo hacía transportando víveres y cosechas desde Paujicito, Uveral, Yacurito, en los campos de Píritu y Turén, estado Portuguesa, hasta Acarigua, Barquisimeto y Valencia, hasta mediado del sigo XX en jornadas que duraban ocho a diez días hasta dos meses de ida y vuelta cuando no existían vehículos de carga”. 
La mula –aclara González Segovia- “resulta del cruce biológico entre un burro u asno y una yegua; cuando se cruzan un caballo y una burra o asna, resulta un mulo, macho romo, burreño o burdégano. Ambos son creados por el ser humano; se diferencian en que el primero se parece más a burro y el segundo al caballo. La mula posee una resistencia y fuerza superior a sus progenitores y era utilizada en tiempo cuando no había transporte mecánico, para los transportes de carga, para arar los sembradíos, y mover los ejes de las máquinas, ya para sacar agua o para trapiches. Asume características de sus creadores: paciencia, resistencia, valor y fuerza”.
La expresión “Más terco que una mula” se emplea para referirse a los individuos poco dóciles. 
A diferencia del burro o asno, como bestia de carga, la mula, más exigente, rinde más pero también exige mayores cantidades de alimento. Nunca se desbarranca como tampoco el burro que igual, casi nunca se cae. 
Más allá de lo literario, hay cuentos según los cuales, cuando el burro está excesivamente cansado, se echa. Solían hacerlo los empleados para tirar los primeros carros de los más primitivos tranvías que tuvo la ciudad de Caracas, “de caballito” –se les llamó. La denominada “Hora del burro”, esa posmeridiana que los españoles dedican a la siesta, tiene origen en que las bestias utilizadas para halar los carros, se echaban de 12 del mediodía a dos de la tarde, interrumpiéndose el servicio durante tal lapso.
Manuel Monasterios G. evoca en otra de sus crónicas dedicadas a la vida en los Valles del Tuy que en esa región vecina a la del Valle de Caracas, desde la época colonial “los burros tenían fama de ser excelentes medios de carga por su fuerza y docilidad. Famosos fueron los criadores de burros de Tácata y Ocumare, los arrieros eran responsables de transportar toda la producción agrícola y pecuaria del Tuy a Caracas y de la capital a éstos valles, las exquisiteces que venían del extranjero, como la harina de trigo, el queso amarillo, las sardinas y las telas, botones e hilos para elaborar los trajes, liquiliques, camisones y polleras. Todo circulaba a lomo de burros enjalmados.
Tener burros significaba tener dinero y prestigio, un arreo de 12 burros era un capital para la época, esa profesión de arriero la acabaron los autos y camiones, lo mismo ocurrió con el ferrocarril de Caracas a Ocumare que había aliviado el trabajo de los reputados burros tuyero”. 
Se refiere también el cronista Monasterios a que la Caracas de 1815, por escasez de carne de vacuno generada por la guerra de Independencia, el Capitán General Salvador de Moxó y Cuadrado obligó, por decreto, a comer burro a los caraqueños. También al descubrimiento periodístico según el cual en pleno siglo XX, comienzos de la década de los cincuenta, por el exceso de burros desocupados, a unos italianos sin escrúpulos, se les ocurrió beneficiar jumentos clandestinamente y los vendían como carne de vacuno o cerdo empleada para salchichas. Este hecho inspiró un joropo tuyero cantado por el gran “cantador cueño”: Pancho Prin que decía: “Yo tenía mi burro cano y me lo mató un italiano”. El burro siempre se mantendrá vigente mientras exista quien cometa dislates al hablar o escribir”.
La producción de La Petrolia, el yacimiento en plena explotación a 25 kilómetros de San Cristóbal -estado Táchira- gracias a la concesión de 1878, apenas alcanzaba para elaborar kerosén para uso local mediante un pequeño alambique que procesaba unos 15 barriles diarios de petróleo gracia a una cabria para perforación importada en 1860 y transportada hasta el Gran Estado de los Andes, pieza por pieza desde Maracaibo, por agua y arreos de mulas.
El camino La Guaira-Caracas acuso ininterrumpidamente alta densidad de tráfico de arreos de burros, cada uno formado, como en el resto del país donde los prevalecían como medio de transporte masivo así como para el traslado de individualidades, niños que iban a la escuela, campesinos o agentes viajeros. En como 1920, un diario caraqueño publicó la siguiente información: “En diciembre de 1917, a raíz de inaugurada, atravesaron por la carretera entre Caracas y La Guaira, 487 automóviles, 870 vagones, 142 carros, 114 personas a caballo, más de mil burros, 340 cabezas de ganado y 7.000 personas a pie”.
Si tomamos por caso la actividad náutica del puerto de Carenero mientras fue servida también por el ferrocarril que funcionó en Barlovento, habría que agregar que los barcos tocaban los puertos de la costa Norte de Venezuela. Cargaban en Carenero lo arrimado por el tren hasta el muelle. Lo colectaba en las estaciones y haciendas a los lados del enrielado extendido casi 55 kilómetros. Los arrieros bajaban cargas de café desde las serranías y en los campos el campesinado y algunos hacendados producían otros rubros, que igual iban a tener a las goletas y otros medios. Estos a su vez traían de mercados ajenos, mercancía seca y productos de todo tipo con destino a las casas de comercio y abastos de Carenero, Higuerote, Caucagua, Río Chico e incluso poblaciones de la porción oriental del Guárico. Utilizaban canoas y por supuesto, arreos de mulas. 
Como en la totalidad de la geografía llanera o montañosa, cada arreo se forma por ocho bestias (mulas, en la mayoría de los casos), y por el arriero, a cuyo cargo estaba la conducción de las mismas, así como también las labores de carga y descarga. En algunos casos los dueños de plantaciones poseían sus propios arreos. Sin embargo, por lo general, eran los particulares quienes explotaban el transporte por recuas como negocio específico. “Existían varios empresarios, dueños de arreos de mula, que explotaban el negocio de transporte. En la Plazuela, estado Trujillo, tenía su centro de operaciones el Señor Don Rafael Rueda, que operaba con más de 300 mulas y el suyo era considerado como el mayor tren de mulas de los Andes”.
Cualquier postal de la playa del mercado de San Jacinto, en el corazón de Caracas, advertirá la presencia de arreos, no pocos de burros como el que aún se emplea para bajar de Galipán las flores que expenden en el mercado de San José, al final de la avenida Fuerzas Armadas.
Los libros donde están recogidas las memorias de los agentes viajeros de la primera mitad del siglo XX –como los de apuntes de los ilustrados visitantes extranjeros del siglo XIX-, no permiten abrigar la menor duda en cuanto a la presencia del burro –también de las mulas- en el escenario nacional, tal y como lo afirmaba Giacopini Zárraga, indiscutible “valioso auxiliar”.
Como lo apunta el profesor Francisco Tamayo en ‘Léxico Popular Venezolano’ (Caracas, 1977), entre nosotros además de la denominación habitual para la especie Aquus asinus, se usa en sentido figurado para aplicárselo a personas poco inteligentes y también cita Tamayo frases comunes: “Burro amarado, leña segura” y “Una cosa piensa el burro y otra quien lo enjalma”.
A los cien años de la publicación por Juan Ramón Jiménez de su obra literaria ‘Platero y yo’» por el lirismo sentimental, muy pocos la ponen en relación con el deseo de educar a los españoles en una nueva sensibilidad –afirma el catedrático español Andrés Amorós, uno de quienes en la prensa de España ha recordado y señalado aspectos literarios y sociológicos de uno de los libros más leidos de la lengua castellana. Casi nadie recuerda que uno de sus capítulos escandalizó a Giner de los Ríos –afirma Amorós al precisar que “El libro apareció el 14 de diciembre, en la colección La Lectura, una serie dirigida a un público infantil, que incluía obras clásicas como las ‘Florecillas’ de San Francisco, ‘El conde Lucanor’ y ‘La vida es sueño’, adaptadas para los niños. Tenía ilustraciones de Fernando Marco (que Juan Ramón consideró “elementales”) y una cubierta con flores; se vendía al precio de 2 pesetas.
El poeta debió de comenzar a escribirlo a partir de su vuelta a Moguer, en 1906. Además de sus impresiones personales, está demostrado que se inspiró también en la lectura de algunos periódicos; entre ellos, el ABC. Al comienzo, él no lo estimaba demasiado: «Una elegía en prosa: escenas entre el asnucho (sic) y yo. Ninguna de sus páginas me ha llevado más de diez minutos».
En ese momento, Juan Ramón está iniciando su gran época, al superar el modernismo inicial; un período de investigación formal, que dará origen a obras tan notables como «Sonetos espirituales», ‘Estío’ y ‘Diario de un poeta recién casado’.
‘Platero y yo’ es un hito fundamental en el poema en prosa en España, el género historiado por Guillermo Díaz-Plaja. Parte de la prosa modernista pero emprende un camino de purificación que será decisivo en toda su obra. Participa también de la atmósfera impresionista. Al leerlo, sentimos cómo va cambiando Moguer, según las horas del día: igual que Claude Monet nos mostraba las distintas imágenes de la fachada de la catedral de Rouen, desde un ascua de oro hasta una sombría caverna.
El burro protagonista tiene un posible origen literario (Francis Jammes), además del autobiográfico: “Es una suma de recuerdos. Tuve de muchacho y de joven varios burros Plateros”. A muchos lectores ha encantado este símbolo de suavidad y dulzura pero también ha suscitado reacciones feroces. 
En 1928, los vanguardistas Luis Buñuel y Salvador Dalí muestran su rechazo del sentimentalismo” –comenta Andrés Amorós es escritor y catedrático de literatura de la Universidad complutense en ensayo publicado por el diario español ABC en su edición del 13 de diciembre de 2014.
Valga la oportunidad de este centenario para que en Venezuela, al reconocer la significación literaria de ‘Platero y yo? como la personalidad del fino autor Juan Ramón Jiménez, para exaltar a nuestros imperecederos Aquus asinu.














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