lunes, 27 de octubre de 2014

Apenas cerca de Valera y por las tierras fértiles del sur del Lago de Maracaibo.

Con motivo del 150 aniversario del natalicio del Siervo de Dios, santo de todos los venezolanos, recordemos que Benito Roncajolo también obtuvo en 1880 la concesión para construir y operar un tren entre La Ceiba y Sabana de Mendoza, concluido en 1886 e inaugurado el 1 de enero de 1887. Aprovechó el clamor general favorable a una comunicación terrestre que ayudara a movilizar la producción a través del puerto lacustre, mal servido. Tanto La Ceiba como Sabana de Mendoza eran localidades apenas desarrolladas. Rafael Ramón Castellanos cita a Leontine Roncajolo:
“…(La Ceiba) se componía de algunas casas construidas al borde del agua y sombreadas por árboles inmensos denominados ceibos”,
mientras Rafael Argüello, cronista de Betijoque, apunta –según Castellanos- a raiz de los estregos causados en 1888 por la fiebre amarilla:
“la epidemia tomó como centro la incipiente poblaciuón de Sabana de Mnendoza, que apenas comenzaba a levantarse en los alrededores de la Estación del Ferrocarril; a ese lugar acudían numerosos viajeros, que transitaban entre la zona alta del Estado y los puertos del Lago, incluidos La Ceiba y Maracaibo…”.
José Gregorio Hernández, Siervo de Dios, el santo de los venezolanos, de paso hacia el terruño, al no más desembarcar en La Ceiba, aquel mismo año 1888 se subió al tren que además de causarle emoción le ahorraría el sacrificio de otros tiempos cuando camino de Isnotú, su pueblo natal en las serranías trujillanas, las bestias y el andar riesgoso y cansón, dominan largas jornadas. El encuentro con el moderno medio de transporte establecido por iniciativa del señor Roncajolo ocurre justo cuando estaba desatada la mortandad desencadenada por la fiebre amarilla a cuyas víctimas el doctor Hernández le dispensa los auxilios a su alcance como médico y buen samaritano que era.
Con el título de médico otorgado por la Universidad Central de Venezuela el 28 de junio de 1888, Hernández efectuó aquella visita a Trujillo facilitada por el tren. Cumplir con la familia, sus antiguos maestros que pronto advirtieron sus condiciones excepcionales, y los amigos del terruño de montaña, lo apartó algunos días de las diligencias emprendidas en Caracas para formalizar el otorgamiento por el gobierno de la beca que le permite viajar a Francia con el objetivo de profundizar su conocimiento en áreas más aplicadas de la medicina que, para entonces, lejos de ser bien conocidas en nuestro país.
En noviembre de 1889 lo encontramos cursando estudios en el laboratorio de histología de Mathias Duval. Profundiza en las áreas de Microbiología, Histología Normal, Patología, Bacteriología y Fisiología Experimental, entre otras. Terminados sus estudios en Francia, solicita permiso y se traslada a Berlín donde estudiara histología y anatomía patológica y seguir un nuevo curso de bacteriología. Regresa a Venezuela a fin de ingresar como profesor en la Universidad Central de Venezuela en Caracas. Trae equipos médicos con los que se dota al Hospital Vargas de medios actualizados para cumplir mejor sus funciones medico- asistenciales. El Vargas era entonces y fue durante varias décadas el más importante centro asistencial y medico docente del país. Entre los equipos que trajo el doctor Hernández figuró el primer microscopio en Venezuela.
Disponían los trenes de la línea fundada por Roncajolo de varias locomotoras Baldwin -entre éstas, seis de cuatro ejes fabricadas en 1893- así como una marca Hanomag de tres ejes.
Roncajolo se beneficiaba del derecho a explotar 1.500 metros de baldíos a los lados de la vía, 500 metros de uno lado y mil del otro pero el Estado no le garantizó en 1880 el 7% contemplado en otros contratos. Parte de la estrategia comercial consistió en aplicar a los frutos menores una tarifa 50% inferior en el transporte de otros rubros. El tren –advierte Cunill Grau- densificó algo el poblamiento con ocupantes espontáneos de las tierras baldías junto a la línea férrea… que venció los obstáculos y protestas que levantaron los dueños y peones de las recuas muleras y los propietarios de posadas arruinadas por las nuevas modalidades del tráfico ferroviario.
Desde La Guaira, Hernández viajó vía Maracaibo hasta La Ceiba, puerto de conexión con el ferrocarril. El viaje en tren podía durar unas cuatro horas.


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