domingo, 25 de septiembre de 2011

Caballo, cambió en el mundo pedestre, Joaquín Crespo y el hipismo nacional


Los caballos, jinetes y técnicas ecuestres comenzaron a ingresar en el Nuevo Mundo al iniciarse el siglo XVI.
"En la Isla La Española –refiere José Oviedo y Baños (militar-historiador, Bogotá 1671-Caracas 1738) ni en parte alguna de estas partes (se refiere a la recién descubierta América), no avía caballos é de España se trajeron los primeros, é primeras yeguas"...
"No había res de cuatro pies, ni alimaña de los de acá: pudieron ver en cuantas islas fueron desta vez descubierta" –leemos en la historia de los Reyes Católicos debida al Padre Andrés Bernáldez.
Tenemos pues que los caballos españoles traídos por Colón son los que dieron origen a todas las razas de América. La primera importación al Nuevo Mundo, fue de 30 caballos desembarcados en isla La Española, hoy compartida por los países República Dominicana y Haití.
En el segundo viaje del Almirante Colón, en 1493, llegan desde España a la isla La Española, los primeros ganados que pisaron tierra americana: caballos, asnos, vacas, bueyes y mulares –precisa Julio De Armas en una revisión de la historia de la ganadería en Venezuela.
De La Española se organizó la distribución del ganado hacia el resto de la América, desde la región del Caribe, Centro y Sur América. Allí llegó y de allí salió entre el ganado mayor, el caballo como elemento de guerra y de transporte "que a galope tendido recorrió las costas y traspuso montañas".
En 1498 -tercer viaje de Colón- desembarcaron el mayor número de caballos, yeguas, parejas de asnos y parejas de vacunos, atendiendo las disposiciones reales que impartió la Reina Isabel quien en función del establecimiento de la agricultura distinta a la de los indígenas, ordenó parejas de asnos con que se puedan labrar las dichas Indias –reza en el texto.
El médico y ganadero guariqueño Julio De Armas (1908-1990)menciona que una tormenta tropical arrasó en 1505 con el ganado existente en La Española. Apunta que la nao de Alonso de Núñez trajo al poco tiempo otras parejas de burros a La Española. Desde entonces comenzó la cría y a los diversos tipos de ganado los distribuyen con mayor rapidez.
José Antonio Giacopini Zárraga (Caracas, 1915-2005), en uno de los pocos escritos por tan erudito conversador que figura entre los mejores conocedores en detalles de la historia política, petrolera, equina y de las armas en nuestro país, destaca que el envío de caballos a América estuvo muy controlada pues el retiro de los árabes significó que se llevaran consigo de España mucho ganado caballar.
Además, las guerras de Italia exigían un esfuerzo continuo de remonta el cual representaba la salida de caballos al exterior. Menciona la proliferación de la cría de mulas para fines de carga o de tracción, lo cual restaba vientres y descendencia a la especie caballar. Tales configuraron la situación que hizo de los caballos algo en extremo preciado y costoso en los territorios del Nuevo Mundo, en cuyos ambientes tropicales, sufrieron un proceso de adaptación degenerativa, perdiendo talla y corpulencia, pero ganando en cambio rusticidad y resistencia para vivir y trabajar bajo condiciones adversas de clima y alimentación.
Una vez arraigado en América, el caballo cambió la condición de mundo pedestre. Giacopini afirma que fue en ese mundo de a pie donde los jinetes de la conquista hicieron sentir su superioridad, y para mantenerla se pusieron en vigencia mandamientos reales prohibiendo al indio montar a caballo. De tal modo que éste sólo pudo hacerlo –y convertirse en jinete consumado- en aquellos lugares apartados donde no llegaba la acción de las autoridades de la Colonia y donde además existían caballadas salvajes que le servían como una magnífica remonta natural.

Ganado equino en Venezuela  
En cuanto respecta a Venezuela, la llegada en forma más o menos intensiva comienza con ejemplares llevados en 1527 a Coro aunque bastante antes había comenzado la llegada de algunos equinos destinados a apoyar la fundación de los primeros asientos y establecimientos en el Oriente de nuestro país, desde la fundación de Nueva Cádiz en la isla de Cubagua –anota Giacopini Zárraga- quien agrega los establecimientos de los dominicos en la región de Cumaná, las expediciones posteriores a la misma zona de Gonzalo de Ocampo en 1520, y las actuaciones de Fray Bartolomé De las Casas u Jácome de Castellón en 1522. Hacia occidente, el ganado caballar llega con Juan de Ampíes en la fundación de Santa Ana de Coro en 1527, donde seguirá introduciéndose en gran número y por la misma vía cuando a partir de 1528 se estableció allí el gobierno de los adelantados alemanes conocido como el gobierno de los Beldares.
A lo largo del siglo XVI encontramos la participación del caballo en las expediciones de descubrimiento y penetración del territorio con la consiguiente lucha contra el indio, y en la fundación de los primeros pueblos.
Dicen los cronistas, que ya para esos tiempos en la región de El Tocuyo y otras zonas vecinas de Lara, particularmente hacia Carora, se criaban muy buenos caballos. Aclara Giacopini que el caballo que vino originalmente a Venezuela no llegó sino en contados casos, directo desde España.
Es indudable que los capitanes de la conquista eran excelentes jinetes. Menciona Giacopini a ese personaje de fábula que figura en la historia de Caracas, nada menos que Alonso Andrés de Ledesma, quien para enfrentar al pirata Amías Preston, en 1595, no obstante la avanzadísima edad del personaje, monta a caballo y carga con su lanza sobre los invasores quienes le dan muerte aunque admirados de su valor, por lo que lo entierran con todos los honores.
Concluida la conquista, el periodo de colonización entre lo característico, las primeras fases de la cría de vacunos y caballerías, particularmente en la región de los Llanos, donde ya en 1585 había fundado Sebastián Díaz de Alfaro, en lo que sería hoy Alto Llano de Guárico, la población de San Sebastián de los Reyes, epicentro de la formación de los primeros llaneros de Venezuela.
El llanero aparece en la guerra de Independencia primero al servicio del Rey en los ejércitos de caballería de Boves y Morales, más tarde con Páez a la cabeza de una legión caballerías de jinetes naturales que tuvieron en lo militar un poder determinante tan grande que la suerte de la Independencia se inclinó hacia el lado del cual ellos estuvieron. El general español Pablo Morillo llegó a contar con 2.200 hombres de a caballo.
Lo jinetes determinaron el poder militar que acompaña al Libertador Simón Bolívar –completo jinete- hasta Ecuador y Perú. En 1814, los generales patriotas José Tadeo Monagas, Santiago Mariño y José Laurencio Silva, concentraban en Calabozo 3.200 hombres de caballería. Durante la Guerra Federal - (20 de febrero de 1859-24 de abril de 1863)- uno de los ejércitos dispuso de 3.500 hombres a caballo. A finales del siglo XVIII teníamos en América unos 145 mil caballos.
La guerra de Independencia significó la disminución considerable de ejemplares.
Sin embargo, a lo largo del siglo XIX, además de puntero en la guerra de independencia, el caballo fue  clave en la agricultura al igual que como medio de transporte terrestre por excelencia. 

La mula
Los arreos fueron durante 300 años instrumentos clave del transporte. Un arreo de mulas –caballo con burro- consistía en ocho bestias y el arriero. Este último se ocupaba de cuidar los animales, las cargaba y descargaba, cubriendo cada bulto con lona, para que no sufriera por lluvia en el camino; a las mulas colocaba un bulto a cada lado de su lomo, protegido por una enjalma y se acostumbraba pagar lo mismo por un bulto de 15 kilos, como por el peso máximo posible, que en algunas partes era casi 60 kilos.
A las mulas de silla solían ponerle nombre como a los caballos de carrera –refiere el agente viajero Otto Gerstl. Aun en los años veinte del siglo XX, la mula era como el automóvil propio. Un ejemplar fino con un buen pasillano -o modo de andar con más comodidad en viajes largos-, tenía muy buen precio en el mercado. Las mulas de carga valían cuatro o cinco morocotas -pieza de oro de 20 dólares ó 104 bolívares. Pero, una de silla, llegaba a costar hasta 20 morocotas e incluso más.

Carreras de caballos
Existen registros que dan fe de la presencia de pistas para correr caballos y jinetes profesionales incluso extranjeros, en la región de Guayana. En algún modo tales hechos marcan los orígenes del turf venezolano con las competencias de caballos que tuvieron lugar  en Ciudad Bolívar.
Sin embargo, será en 1881 cuando se iniciaron formalmente las jornadas hípicas en Caracas, por excelencia epicentro de la hípica nacional. Sin negar la posible existencia de otros óvalos privados, oficialmente es el hipódromo de Sarria, primero en la capital de la República, punto de partida de historia plagada de magnos acontecimientos reseñados,  entre otros cronistas, por el periodista José Rafael Ball.
Existen testimonios menos conocidos según los cuales en la zona de Puente Hierro hubo un óvalo donde corrieron equinos.
En tiempos de la presidencia del general Joaquín Crespo, exactamente en 1896, se  incrementó la pasión por el deporte-espectáculo por lo cual hizo concretar el proyecto del primer hipódromo debidamente organizado, el de Sabana Grande, inaugurado el 1 de marzo de ese año, casi dos años después de proclamado Presidente de la República por el Congreso y somtido a la exigencia de contratar un empréstito destinado a solucionar el problema de las obligaciones pendientes con las empresas ferroviarias, uno de los cuestiones heredadas del general Antonio Guzmán Blanco.
Ese hipódromo, estuvo ubicado en el sector Las Delicias, detrás de la iglesia de El Recreo y por debajo de donde levanta el edificio la Policlínica Santiago de León al Norte de la avenida Solano. Dio pie a hablar de hipismo nacional.
Entre los entusiastas de las carreras en Las Delicias de Sabana Grande figuraron el pintor valenciano Arturo Michelena -quien nos deja preciosa estampa donada a la GAN como parte de la colección Otero Silva-, Gustavo J. Sanabria, Charles Röhl, Edgar Ganteaume, Francisco Sucre, John Boulton, Herman Stelling, Carlos Stelling, Alberto Smith,…
Sin embargo, en Las Delicias sólo se corrieron tres temporadas entre 1896 a 1899. El 9 de febrero de 1908 inauguraron el hipódromo de El Paraíso, con triunfo  del caballo Ursus, de Eduardo Montaubán, quien cobró 435 bolívares como premio al ganador.
El primer presidente de este hipódromo fue Gustavo J.  Sanabria. En principio la pista fue de 1.100 metros pero en 1932 fue extendida a  1.450 metros y algunos años después a 1.600 metros. Igualmente hasta el año 32 se estuvo corriendo hacia la derecha. La tribuna principal fue desmontada en Las Delicias para reinstalarla en El Paraíso. Buenos jinetes y preparadores garantizan la calidad del espectáculo.
Desde el óvalo de El Paraíso despegó el 29 de septiembre de 1912 el avión pilotado por Frank Boland, primera demostración en Venezuela del vuelo controlado de una nave más pesada que el aire. El centro del óvalo hípico lo emplearon hasta finales de la década de 1940 como campo de aterrizaje ocasional de aeronaves militares.
En 1959 abrió sus puertas el coso de La Rinconada, hermoso conjunto para cuya edificación nada fue escatimado. Catalogada como obra suntuaria del régimen de Marcos Pérez Jiménez fue concebida muy adecuada a exigencias del pueblo amante de la hípica, espectáculo del cual participaban emocionadas democráticamente personas de todas las condiciones sociales incluso, también como propietarios de caballos, trabajadores organizados para tomar parte con su ejemplar de carreras. Fuente de trabajo innumerable alrededor de la vida hípica incluyendo las apuestas mediante los formularios del juego del 5y6, parte esencial del sueño de beneficiario de la fortuna súbita que palpita en millones de venezolanos.
En Maracay hubo hipódromo. En Valencia y Maracaibo hay carreras cada semana al igual que en La Rinconada alimentadas desde haras en donde con cruces, nacen y crían ejemplares de categoría, algunos campeones o craks no sólo valorados localmente.


Alfredo Schael

Hipódromo de El Paraíso hacia 1900.
Jinete y caballo de carreras pintado por Arturo Michelena, famoso artista amante de la hípica en Caracas.

Vista parcial del hipódromo de Maracay (c1913).
Tres temporadas corrieron en el hipódromo de Sabana Grande donde nació la hípica nacional organizada.

Portada del nuevo libro de Ramón J. Velásquez.



La suerte de miles de venezolanos cada semana supeditada a los datos de las revistas especializadas.


Meta del óvalo de El Paraíso a mediados de 1950.






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