Al oficial del ejército Marcos Pérez Jiménez le fascinaba el mar. No perdía la oportunidad de contactarlo al punto que cuando resuelve irse de Venezuela el 22 de enero de 1958 ("Marcos, vámonos que pescuezo no retoña" -le habría comentado a última hora de aquel día el general Luis Felipe Llovera Páez, compañero de armas, amigo, ministro), procura ir a rehacer su vida en una playa de Miami.
Aunque disfrutaba los paseos en barco, nunca se había sumergido hasta el día a finales de 1949, en el mientras presencia las inmersiones que para pescar hacía el entonces maquinista Ricardo Rhuma Ríos Noguera, de servicio en el primero de los tres sucesivos remolcadores bautizados “Felipe Larrazábal” adscritos a la Armada venezolana, el entonces miembro de la junta de gobierno instaurada el 24 de noviembre de 1948, le manifiesta su deseo de que lo acompañe a experimentar cómo bucear y descender al fondo marino. Ríos gestionó con el comandante del Larrazábal, Pablo Hernández, un snorker disponible abordo. Momentos después, acompaña a Pérez Jiménez en la zambullida para recibir la primera lección de submarinismo. Esto tuvo lugar mientras el remolcador recién incorporado, habilitado para aquel paseo de integrantes del triunvirato gobernante, se hallaba fondeado en el golfo de Cariaco.
El primero de los remolcadores de altura de nuestra Armada que llevó el nombre Felipe Larrazábal (Caracas 1885/1940), fue antiguamente el “USS Utin”, después “USS Discover”, asumido por Venezuela en noviembre de 1949, en servicio hasta los años 60.
Dos reemplazos que tuvo aquel con que la marina de guerra subrayó el debido reconocimiento a uno de quienes más sobresalen en la historia moderna de la armada nacional, igualmente los bautizan “Felipe Larrazábal”.
II
Pérez Jiménez, casi como le ocurrió al general López Contreras y a Medina Angarita mientras fueron presidentes, rehusó navegar en el buque a motor “El Leandro”, incorporado como transporte presidencial, el 16 de febrero de 1937. Era el yate “Doctor Brinkley II” (320 ton, 140 pies, 2 motores diésel, 1000 HP, velocidad de hasta 20 nudos) construido en 1925, puesto a la venta en Estados Unidos por su propietario.
Su primer comandante en nuestra Armada fue el capitán de corbeta José Joaquín Fuentes; primer y segundo oficiales los tenientes de navío Ricardo Sosa Ríos y Wolfgang Larrazábal Ugueto, respectivamente; guardiamarinas, Pedro Pablo Figallo y Pedro Bonilla Chacón; primer y segundo maquinistas, Fausto Palmieri y Ramón Rivero; telegrafista (a) José Martín Medina.
El presidente Medina contó con el yate presidencial El Leandro, adquirido durante la administración López Contreras al ya mencionado millonario estadounidense. Nave de excelente calidad y magníficas condiciones, sin embargo sólo la emplearon entre 1938 y 1941 pues era insoportable en nuestros mares. Desagradaba viajar en El Leandro tanto al general López Contreras como a Medina Angarita y así como a la propia tripulación entre quienes siendo joven oficial naval figuró Daniel Gámez Calcaño.
En septiembre de 1938, López Contreras abordó el yate presidencia en La Guaira, recorrió la costa oriental, navegó el Golfo de Paria, pidió hacer escala de Guiria -lo cual tuvo lugar el día 8 de septiembre- antes de proseguir rumbo a la desembocadura del río San Juan, el cual remonta la nave hasta el muelle de Caripito, todo ello a bordo de El Leandro. Su interés era contactar la gente de los pueblos de esa parte del oriente venezolano, en particular la de los estados Monagas y Anzoátegui. Se dejaba sentir el bullicio que traía consigo el petróleo.
Entre 1942 y 1946, lo emplearon como guardacostas (contaba con dos cañones de 37mm, dos ametralladoras de 7mm, giro compases, etcétera). De 1946 a 1952 como buque oceanográfico. En 1948 da cabida a una escuela de comunicaciones para 16 hombres de personal de tierra.
Era poco cómodo, se movía mucho en nuestros mares lo cual descomponía a los usuarios, aquellos presidentes de procedencia andina, sin costumbres marineras, como tampoco las tuvo de origen Pérez Jiménez, pero quien al contrario de sus antecesores en Miraflores, el mar lo encantaba además de, cómo lo demostraría, estaba persuadido del papel estratégico vital de contar con los medios náuticos para defender la soberanía nacional. El desarrollo de la industria naval propia, pensamiento del cual da cuenta el interés por el astillero del que el dique seco formó parte. También la dotación de la marina de guerra con unidades pesadas y ligeras muy avanzadas para la década de 1950, constituyó parte su ideario progresista y nacionalista.
Los días de “El Leandro” concluyeron al hundirse en 1952 –recuerda el capitán de navío Ríos Noguera. Se hallaba surto a una gabarra en Puerto Cabello, cuando el viento sopló con extremada fuerza de tierra hacia el mar, fenómeno o ventarrón en el argot marino conocido como Calderete o Ferral. Que ello ocurriera no estaba debidamente previsto en el amarre ni empleo del ancla. Ni servía y menos valía el viejo yate cuando meses más tarde lo sacan a flote, sin utilidad y poco prestigio marino.
En 1955 incorpora la Armada el buque transporte presidencial T-12 nombrado “2 de Diciembre”, construido en Francia para satisfacer necesidades y el gusto del presidente Marcos Pérez Jiménez por la navegación con las mayores comodidades y seguridad.
Después del 23 de enero de 1958, esta nave fue rebautizada “Las Aves”. La utilizó innumerables veces el presidente Rómulo Betancourt, a quien también le agradaban los paseos por mar además de preferirlos a los viajes por avión. Fue utilizado con frecuencia hasta el primer gobierno de Rafael Caldera (1968-1974).
De la lectura de las memorias del Ministerio de Guerra y Marina de los años veinte se desprende que los buques de la armada era utilizados con frecuencia por la familia Gómez y el propio jefe del ejército nacional para pasear frente a las costas de Aragua, de modo particular entre Ocumare y Choroní.
III
“El Leandro” (Leandro proviene del griego; quiere decir hombre agradable), antes “Doctor Brinkley II” -dedicado a navegar durante el verano los Grandes Lagos al norte de Estados Unidos- apenas tuvo cinco años (1932 a 1937) en posesión de su primer propietario, John Robert Brinkley, controversial personaje estadounidense que empecinado en ser médico a cualquier precio, desde lo más modesto como joven dispuesto a todo emprendimiento, superó obstáculos económicos, académicos, familiares, éticos, políticos, judiciales hasta darse a conocer como quien mediante el trasplante a humanos de testículos de caprinos, ofrecía confiables soluciones quirúrgicas a las disfunciones sexuales y reproductivas en hombres así como problemas uretrales. Tuvo la visión de recurrir a la prensa, desplegados publicitarios y, desde la frontera con México, a una potente radioemisora para liberado de ataduras formales en su país natal, difundir las supuestas ventajas de sus prácticas contrarias a cuanto podían consentir en las décadas de los años 20 y 30 del siglo XX, sociedades médicas norteamericanas que no dejaban de catalogarlo intrépido, engañoso, charlatán, seguras de que era falso el título de médico que exhibía. Etiquetas, reproches, demandas y juicios que durante tres décadas no le hicieron mella para lograr incluso reconocidos y lucrativos éxitos y respetabilidad en el Lejano Oriente y Suiza, en donde fue atendido. Con el dinero devengado de ese ejercicio profesional cuestionado, se hizo caritativo –en especial con la juventud-, contribuyó con iglesias, se financió dos campañas electorales para ser gobernador de Kansas, hizo construir sus clínicas, influir en aseguradoras, darse buenas casas residenciales en el medio oeste y Texas, así como de veraneo, desde donde zarpaba a navegar en los tres yates turísticos que sucesivamente tuvo. Nacido en 1885, murió en 1942 con una pierna amputada, con poca fortuna, golpeado por demandas por mala praxis. No obstante nadie le quita haber acumulado 16.000 trasplantes de testículos de cabra.
El catedrático R. Alton Lee, autor de la obra “The Bizarre Careers of John R. Brinkley”, desnuda al personaje de quien Alton Lee afirma: vendió al Presidente de Venezuela el “Brinkley II”.
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