Por Antonio Itriago Machado
Entre las acepciones de la palabra reliquia, el Diccionario académico ofrece las siguientes: Parte del cuerpo de un santo y Aquello que, por haber tocado ese cuerpo, es digno de veneración. En el segundo sentido, caben las medallas, cálices, rosarios, breviarios, telas y objetos diversos, que pertenecieron a los santos. Maurice Druon, en su obra Los reyes malditos, destaca la importancia que en el pasado tuvieron esos recuerdos y el mercado que se formó en torno a ellos.
Pero la reliquia que nos ocupa en este artículo, no es menuda ni frágil, ni corre el riesgo de descomponerse, ni puede ser guardada en un cofre o en un relicario, pues se trata del pesado automóvil FSO Varsovia, color verde agua, que Karol Wojtyla, futuro San Juan Pablo II, adquirió cuando fue designado obispo auxiliar de Varsovia; y utilizó durante casi 20 años, hasta 1977.
Su actual propietario, Marek Schramm, un coleccionista alemán de autos, inició un peregrinaje desde la Puerta de Brandemburgo de Berlín hacia Roma, donde llegaría el día de la canonización, pasando por sitios emblemáticos para Juan Pablo II. Schramm aseguró, exhibiendo los documentos de rigor, que el vehículo perteneció al entonces arzobispo.
El FSO Varsovia (FSO Warszawa) es un modelo polaco, fabricado entre 1951 y 1973 por la Fábrica de Automóviles de Pasajeros de Varsovia. Se trata de un vehículo fuerte y duradero (lo confirma el que partió de Berlín, rumbo al Vaticano), aunque con potencia insuficiente para el peso que debía desplazar, y con un alto consumo de combustible. Era el mismo M-20 Pobeda de la GAZ, de la Unión Soviética, empresa que dio la licencia para su producción en Polonia; vehículo a su vez basado en el Ford Modelo B de los años 1935-1941 .
Para nosotros los católicos, acostumbrados a los santos clásicos y a sus reliquias expuestas en catedrales, nos resulta extraña una de semejante tamaño, peso y, de paso, con autolocomoción. Pero así son los tiempos modernos y, de todas maneras, a Juan Pablo II lo vimos trasladándose en aviones, helicópteros y diferentes papamóviles, incluido el que utilizó para su segunda visita al país, en 1995, ensamblado por Toyota de Venezuela en un chasis del modelo Land Cruiser.
También conviene recordar que los habitantes de Puebla, regalaron al entonces papa Juan Pablo II, el último escarabajo VW producido en México (y en el mundo); y que el 7 veces campeón mundial de la Fórmula 1, Michael Schumacher, obsequió al pontífice una réplica en miniatura del Ferrari con el cual ganó su último campeonato, en visita realizada (en enero de 2005) por el equipo de Maranelo al Vaticano.
Ahora bien, además de las acepciones religiosas del vocablo reliquia, el Diccionario de la Real Academia ofrece otras: Vestigio de cosas pasadas y Persona muy vieja o cosa antigua (Ese coche es una reliquia). Esas serían las aplicables al carro del nada santo, Simón Templar, El Santo de la serie televisiva inglesa de los años 60, la cual puso de manifiesto una estrecha vinculación del hombre con la máquina o, concretamente, de Roger Moore con su deportivo Volvo P1800, color blanco.
Los actores secundarios de ese exitoso programa pasaron al olvido, mas no así Moore, a quien ese papel de detective (mujeriego, villano, héroe, antihéroe, Robin Hood, aventurero, refinado y flemático) catapultó a la fama y abrió las puertas como futuro James Bond.
The Saint siempre aparecía conduciendo un Volvo; marca cuya selección resulta interesante. Leslie Charteris, el creador de la serie, quería que su personaje condujera un deportivo inglés, pues él era inglés, el actor principal, inglés, y la película se rodaría en Inglaterra. Para ello tocó primero las puertas de Jaguar; planta que no quiso vincular su imagen con un personaje ficticio de dudosa reputación (ya era conocido por libros y programas radiales). Ante la negativa buscó un modelo deportivo de Mercedes Benz, pero el fabricante alemán estimó que sus automóviles se vendían solos, sin necesidad de publicidad.
Entonces, alguien sugirió a Charteris el Volvo P1800, un carro confiable y seguro, pero sin la potencia y prestigio de sus competidores. La firma sueca no lo pensó dos veces y envió de inmediato un vehículo para la serie y otro para Moore. El éxito no se hizo esperar: Volvo aumentó las ventas de todos sus modelos y mejoró notablemente su posición frente a la competencia.
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