Por
estos mismos días de febrero de 2014 pero hace 187 años hacia atrás, Estados
Unidos estrena el servicio combinado de pasajeros y carga ofertado por primera
vez en la historia de ese país por la empresa ferroviaria Baltimore & Ohio
Railways Co., de las precursoras norteamericanas de la que llegaría a ser
vastísima red de caminos de hierro entre cuyos méritos de ayer figura facilitar
la conquista del Oeste así como hoy en día el abaratamiento del transporte de
carga.
Mientras,
aca, los ingleses Stephenson enfrentaban las dudas e incluso cierta algarabía
generada por la idea por ellos desplegada y planteada al gobierno de que era factible
acometer dos obras de suma importancia para la cual contaban con la tecnología
requerida: el rompeolas del puerto de La Guaira y un ferrocarril entre esta ciudad
portuaria y la capital de la
República.
El
tema del ferrocarril La
Guaira-Caracas ocupará la atención de nuestro matemático y coronel
de ingenieros Juan Manuel Cagigal y Oduardo (Barcelona 1802-Yaguaraparo 1856),
uno de los venezolanos más extrarodinarios de nuestro siglo XIX.
Diez años después de
que la prensa caraqueña reseñara las bondades del Rail Road. En ‘El Correo de
Caracas’, Cagigal expondrá comentarios fundamentados en cartas de Stephenson a
los señores Herring, Graham y Powles, fechadas en 1824.
“Se le debe dar preferencia al ferrocarril” –afirmó
Cagigal animado por la convicción de la factibilidad y excelentes resultados
ofrecidos. “…No sólo está calculado para producir grandes ventajas al público,
sino lo que es más, sólo él pudiera dar un producto capaz de halagar a los
empresarios…”.
Cagigal hace
suya la advertencia de su contemporáneo inglés, el ingeniero Robert Stepheson
(1803-1859): “…Creo, pues, que la empresa se llevará a cabo con 160.000 libras
esterlinas, suma que juzgo suficiente para hacer frente a cuantos gastos
ocurran…”
La extensión
del camino proyectado entre La
Guaira y Caracas se estimó en 23 millas.
Juan Manuel
Cagigal tuvo en sus manos el encargo de estudiar los proyectos con los cuales
él se identificaba pues consideraba que sin ejecutarlos, dejaba Venezuela de
recibir importaciones, dadas las dificultades para el traslado de los bienes
debido al mal estado de la antigua vía que unía al puerto con la capital a
través del Ávila. Una ferrovía aliviaría la pena y 25 caballos ayudarían a la
máquina que movería el tren que en un año movilizaría unas ocho mil toneladas.
En las
páginas de Diario de Avisos, un redactor de ese periódico caraqueño se quejó
1850 de que el atrevido proyecto de Stephenson fuese desvirtuado por “…la
competencia que torpemente le formó una casa de comercio del país, desprovista
de recursos pecuniarios y científicos, la cual pretendió en nombre de los
criollos impedir un monopolio de los extranjeros, aduciéndose además que el
ferrocarril no era practicable y que si lo fuese, no estaba exento de peligros.
Como lo afirmó en aquellos dos artículos publicados en noviembre de 1850 por
don Mariano de Briceño, el sabio inglés fue despreciado, la tal sociedad
criolla nada hizo, y la capital interesante de Caracas, a poco más de legua
distante de su puerto, permaneció y permanece aún sin tener la vía veloz y
expedita que impresionantemente reclaman el comercio y su actual estado de
cultura”.
Los
planteamientos iniciales de Stephenson sopesaron utilizar el lecho de la
quebrada de Tacagua para asentar el tendido, pues un horadado al Ávila podía
ser algo a considerar más adelante. Los desniveles podían superarse formando el
camino en zig-zac. “Cuando
Caracas sea una ciudad populosa, cuando su comercio tome grandes dimensiones,
entonces será la ocasión de examinar científicamente la practicabilidad de esa
obra de romanos; y si resulta practicable, no faltarán los capitales que
exigía, ni tampoco faltarán las buenas ganancias”.
Edward B. Eastwick, al mencionar su viaje
a Caracas apuntó que “…la parte occidental… conduce directamente de Caracas a la Bahía de Catia… A lo largo
de este lado del Barranco, Stephenson levantó sus planos para un ferrocarril,
que luego fueron reelaborados por cierto personaje que llegó a Caracas al mismo
tiempo que yo” (1864).
Stephenson
se quedó con la impresión de que en 1826 carecíamos de las capacidades para
construir un ferrocarril La Guaira-Caracas. El inventor lo verifica antes de
declarar la indisposición oficial aunada - por cuestiones diferentes - a
razones técnicas dada la característica de los terrenos e incluso lo
financiero, pero antes que nada, lo arrogante o desafiante de la geografía que
otros ingleses domarían un tanto más luego. Existían limitaciones tecnológicas
en los equipos disponibles para movilizar el tren a lo cual habría que sumar
como imposible, apelar a túneles teniendo en cuenta la visión que entonces
podía prevalecer por lo que respecta a la fragilidad del terreno en una zona
con experiencia sísmica.
Las animosas
contribuciones de Cagigal tienen lugar poco tiempo antes de ser enviado a
Londres y París como secretario de la Legación venezolana en esas capitales. Regresó en
1843 para retirarse de la vida pública y residenciarse en Yaguaraparo habiendo
dejado ideas favorables a la construcción de ferrocarriles en Venezuela.
Los desplazamientos de los enormes
volúmenes de tierra que provocaron a finales de 2005 el cierre parcial de la
autopista Caracas–La Guaira
así como el derrumbe, en marzo de 2006, del viaducto Nº 1 de la magnífica vía
expresa abierta al tráfico en 1953,
a la vera de la quebrada de Tacagua, confirman las
razones para que Stephenson, con los medios disponibles en su época, ponderara
muy bien el factor geológico a la hora de diseñar la vía férrea entre la
capital y el mar.
En vida de Simón Bolívar nos frecuentaron
ingeniosos e inversionistas portadores de propuestas para que Venezuela
incursionara con el negocio ferroviario cuando en Europa aún vivía su albor.
Superar los
obstáculos de la naturaleza figuró entre los mayores retos afrontados por los
oferentes de la tecnología ferroviaria que podía permitir el paso de la
civilización entre las montañas o vencer las gargantas profundas del tramo de
la cordillera central que distanciaba el jardín del país -y valles de Aragua-
de la ciudad de Caracas, o facilitar el avance hacia el oriente para viajar
cómodamente de la capital a los productivos valles del Tuy.
El escritor,
ingeniero, periodista, pedagogo, historiador y político Eloy Guillermo González
(1873-1950), consideraba que pudimos ser el país que viera correr el primer
ferrocarril en el mundo. Razones tuvo para afirmarlo con vehemencia.
Sí pudimos
ser el país en donde primero probaran el concepto de tracción por vapor para
mover grandes volúmenes, idea antes fue paseada por los palacios de Lima, Perú,
por el mismo súbdito británico, que años después lo recomendará a Venezuela.
La historia
peruana recuerda que el 13 de mayo de 1826, John Begg, comerciante inglés
radicado en Lima, y Francisco Quiroz, minero de Cerro de Pazco, prefecto de
Junín, dieron a conocer al gobierno los requerimientos para establecer una
línea férrea entre El Callao y Lima, idea que contó con muy tímido interés,
razón para que la locomotora a vapor llegara al Perú después de 1851, un
trienio después, que otros súbditos británicos lograran que en la Guayana Inglesa
una refulgente locomotora comenzara a arrastrar un tren de vagones sobre
rieles.
Encontrándose
Simón Bolívar en Magdalena cuando rechazó cualquier vínculo con proyectos
relacionados con ferrocarriles como el planteado para enlazar en las costas del
Caribe con las del Pacífico a través del istmo de Panamá. En términos
categóricos se lo advirtió al general Santander el 22 de febrero de 1826 – recuerda
el infatigable investigador e historiador Manuel Pérez Vila (Gerona
1922-Caracas 1991).
Bolívar no
rechaza la tecnología del rail-way sino presume que ese tipo de
propuestas enlodarían la reputación de
los funcionarios del gobierno neogranadino que iba a involucrarse en un
proyecto especulativo. La idea de un ferrocarril representaba algo colosal.
Cuando lo comenta, Roberto Lovera De Sola (Caracas 1947), asocia aquella
postura del Libertador en el año 1826, a la protección de su imagen privada y su
lucha contra la corrupción administrativa.
Antes de
1824, la propuesta ferroviaria inglesa asociada a la minería peruana, la trunca
la guerra de independencia, aunque todo indica que habría contado con el
beneplácito del Virrey Joaquín de la Pesuela.
Eloy
González describió para sus lectores en una de las revistas publicadas en
Caracas a comienzos del siglo XX, que el ingenioso Stephenson, “…a fuerza de
tenacidad, de estudio y de fe, dio con la aplicación práctica del vapor como
tractor e inventó la primera locomotora, en 1814; continuó perfeccionándola
hasta que las ruedas corrieron por la simple adherencia ordinaria. A pesar de
la evidencia, parece ser que uno de sus contumaces adversarios llegó a
preguntarle:
-¿No creéis
que al correr vuestra máquina si se atraviesa una vaca en el camino sobrevenga
un accidente terrible?
-Sí,
contestó Stephenson, terrible para la vaca”.
Stephenson llegó a La Guaira en 1824 para
proponer al gobierno de Caracas un camino de rieles entre La Guaira y la capital, “…pero,
su proposición no fue aceptada. En vista de esta negativa, regresó a Inglaterra
y construyó la primera línea férrea, de Stockton a Darlington, la cual funcionó
en 1825, arrastrando noventa toneladas y desarrolló una velocidad de quince
millas por hora. Desde entonces quedó fundada en el mundo la industria de los
ferrocarriles”.
Robert
Stephenson, de tan sólo 21 años de edad, hijo del inventor George Stephenson, a
tal fin estuvo residenciado en la capital venezolana a la espera de la decisión
del gobierno en vista del firme ofrecimiento de la Colombian
Mine-Association , dispuesta a acometer las obras
de un tajamar y un muelle en el puerto de La Guaira así como instalar la innovación
tecnológica de los Stephenson, representada entonces por la construcción y
tendido de dos conductos o canales de hierro extendidos horizontalmente por
todo el camino de manera de establecer una comunicación rápida entre la
localidad portuaria de La
Guaira y la ciudad de Caracas.
Textos
tomados de Ferrocarriles en Venezuela, historia complicada. Alfredo Schael.
FMT/IAFE. Caracas, 2006.
La escena muestra el ferrocarril de |
Juan Manuel Cagigal 1802 1856 |
Manuel Perez Vila |
Robert Stephenson 1803 1859 |
Roberto Lovera de Sola |
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