La cosa era sumamente grave, para nada me alegré, y eso que CAP no era santo de mi devoción. Como a las 9:00 am, vuelvo a cambiar de canal buscando la confirmación de la noticia, y veo imágenes terriblemente sangrientas del canal 8 el cual había sido tomado a sangre y fuego por militares golpistas que ejecutaron a un vigilante y a otro transeunte que tuvo la mala suerte de cruzarse con una bala. Los estudios de Venezolana de Televisión habían sido retomados por fuerzas leales al gobierno y la DISIP. La cámara mostraba los rostros asustados de los prisioneros en uniforme, rostros jóvenes, imberbes, cuyos ojos le huían a la cámara, mientras permanecían en cuclillas sentados en un pasillo del canal tratando de no mostrar sus caras. La imagen cambia de nuevo y veo un militar en uniforme con boina roja, cara indiada y nariz de cuchillo que es habla frente a una cámara para decir aquella frase que lo catapultó a la fama en complicidad con los medios.
Por Ahora
A pesar de las protestas de mis padres, decidí irme a la oficina, pues tenía una presentación importante ese día. Cuando uno es joven se siente invulnerable. Sabía que era peligroso salir, sería mejor que me quedara, pero como joven que era, desoí todas las advertencias que el instinto materno bien conoce. La periodista Rossana Ordoñez había dicho por TV que ya todo estaba en calma, y como buen venezolano de los de antes, crédulo e ingenuo quedé convencido. Me subí a mi flamante Volkswagen escarabajo rojo y manejé como si nada por la autopista de Prados del este rumbo hacia el C.C.C.Tamanaco donde estaba mi oficina. Allí comenzaron las sorpresas. Al bajar de la rampa tuve que esquivar a un carro que venía a toda velocidad, pero en retroceso. Luego me acerqué a la pequeña redoma que hay entre la autopista y el Centro Comercial, y allí estaba la DISIP y los militares intercambiando ráfagas de fusiles FAL con la Base Aérea. Plomo cerrado. Me fijé que había figuras sobre los edificios del sur de Altamira disparando hacia La Carlota. Sólo pensé en huir a toda velocidad, y yo como buen hijo de la ingenuidad, crucé a toda velocidad el trecho de la autopista por todo el medio de la balacera. Recuerdo que pensaba algo absurdo, que no me dispararían porque era un civil. ¡Que idiota! Como si los militares alguna vez hubiesen respetado a los civiles. Pero luego un siniestro pensamiento me vino como un balazo a la cabeza:
Mi carro era de color rojo
Sería un blanco perfecto para hacer diana. Aceleré a todo lo que daba mi escarabajo, y subí hacia la rampa del distribuidor Altamira, buscando escapar de allí. Pero en plena rampa frente a la Comandancia General de la Aviación de la Base Aérea se encontraba parado un Chevrolet Malibú con la puerta del copiloto abierta y el cadáver de un hombre caído hacia afuera del auto envuelto en sangre. Mis nervios pisaron el acelerador antes que mi pie, al descubrir súbitamente que en la guerra nadie es neutral. Pero la mente tiene formas muy curiosas de reaccionar. Subí hasta Altamira, y en vez de quedarme a resguardo volví a bajar hasta la Autopista y pasé de nuevo entre la balacera tratando de agachar la cabeza. Recuerdo como sonaban las ráfagas de ametralladora, terribles, como una mentada de madre. Mi único pensamiento era escapar de allí y maldecía mi ingenuidad y a Rossana Ordoñez por irresponsable. Mi última visión fue poco antes de escapar hacia Prados del Este bajé la velocidad para ver impresionado a lo que pareciera haber sido un automóvil, no sé ni de qué marca, aplastado como una cucaracha, probablemente por algún tanque o vehículo blindado. Era demasiado para un día, para mi había amanecido ya como tres veces y huí a escape de allí.
Fabián Capecchi
El escarabajo de Capecchi testigo de lo que veían
sus ojos.
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La Carlota, escenario de enfrentamientos incluso
después de “Por ahora”.
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